El veredicto literario «he leído el libro de un tirón» compromete más al lector que al autor, define antes el estado de ánimo del degustador que la calidad del creador. Me arriesgaré, sin embargo. Emprendí Mi amistad con Jesucristo (Alba) de Lars Husum, y la noche no acabó hasta que concluí esta aventura desbordante de violencia y de imaginación cotidiana.

La contundente sentencia «he leído el libro de un tirón» tiene además una prolongación imposible, porque los comentarios ulteriores se arriesgan a desatar un anticlímax. Curiosamente, Mi amistad con Jesucristo resuelve a la perfección el dilema de la hoguera, porque almacena combustible para dosificarlo a lo largo de la narración. Podría añadir que la novela sería un perfecto guión para una película de Lars von Trier, pero se me acusará de opinar ex post facto, al saber de antemano que el autor trabajó para la productora del cineasta danés.

Mi amistad con Jesucristo es una novela desalmada y cómicamente despiadada pero, si me obligaran a describir su núcleo espiritual, me acogería a una frase que pronuncia su protagonista inadaptado. «No quiere pegarme porque en cada golpe me arrancaría un pedazo de culpa y debo conservarla íntegra». Hablemos de tremendismo danés, si no fuera un oxímoron. Rastreemos influencias de otras novelas primerizas, como El extranjero camusiano o un tal Pascual Duarte. Si no fuera por la maldita ironía, que me mantuvo despierto. Una noche recuperada, no una noche perdida. Sin olvidar El guardián entre el centeno, o algunos retratos amorales de Félix de Azúa, aquí el joven sin sentido se llama Nikolaj.

Adivino la exasperación de quien haya llegado hasta aquí, apremiado por la urgencia sobre la presencia en la novela del personaje histórico que la titula. Aclaremos pues que Mi amistad con Jesucristo es el único libro cuyo protagonista agrede al Mesías con un cenicero. Disponemos de otra línea de diálogo que aclara el meollo espiritual del relato. «Soy Jesucristo y he venido a hacer de ti una persona mejor». Dan ganas de recibir la frase con una sonora carcajada, qué mejor elogio para el pulso de Husum.

Ha brotado una tendencia a rescatar la religión oficial de occidente desde el paganismo, una contradicción que alumbra ensayísticamente la magnífica Religión para ateos de Alain de Botton. Cuando una historia nos atrapa, la sucesión de viñetas es lo de menos. Ahora bien, cada vez que intentamos ingresar a Husum en la tradición de Eduardo Mendoza, nos corrige con sangre. También nos enseña que la redención es inferior como material literario al pecado.