Lo que duele tal vez no sea comprobar, desarmado, que ahora gano, a efectos reales, lo mismo que hace veinte años, que en un par de años he perdido una gran parte de los derechos que tantas décadas, tanta lucha y tanto esfuerzo había costado consolidar.

Lo que duele tal vez no sea ver, atónito, cómo mi madre, en la frontera de los ochenta años, con una ínfima pensión de viuda que apenas le llega para la subsistencia, tiene que pagar en la farmacia las medicinas que necesita para vivir.

Lo que duele tal vez no sea contemplar, preocupado, cómo tanta gente a mi alrededor ha ido perdiendo el trabajo, sumiéndose en ese difícil estado de cincuentón que no habrá quien recoloque, pero aún con hipoteca, con hijos de los que cuidar, con cargas y sin descargas.

Lo que duele, tal vez, no sea que nos pidan un nuevo esfuerzo, que apelen a nuestra probada capacidad de sacrificio para sacar adelante un país que se ha hundido y que, probablemente, se siga hundiendo.

Lo que duele, sin duda, es confirmar que quienes nos han traído hasta aquí pasean por las calles, disfrutan de su libertad y de su patrimonio, son felices y sonríen con esa sonrisa que sólo pueden lucir los impunes y los inmunes. Lo que duele, tal vez, es observar cómo de rápido se puede legislar contra los derechos ciudadanos y cómo de lento se va contra esa caterva de piratas, de bandoleros que han desvalijado un país, contra esa prole de canallas que desde sus bien tapizados sillones de los consejos de administración hicieron este roto por el que ahora nos caemos los demás.

Tal vez, sólo tal vez, los ciudadanos aceptaríamos apretar una vez más los dientes, soportar esta economía de guerra, esta dieta de macarrones que nos imponen, si hubiésemos visto alguna mínima intención de hacer las cosas de otra forma. Tal vez nos haría más soportable el trago comprobar que cuando se nos pide un gesto, en el mismo instante se hace un gesto en justa reciprocidad.

Tal vez todo esto sería igual de duro pero más tragable si, un día de estos, un banquero granuja, de esos que hundieron sus entidades cargándolas de basura y luego se largaron con un despido galáctico y riéndose de medio lado, fuese visto entrando en la cárcel, y de igual manera se actuase contra quienes contra toda lógica se empeñaron en desarrollar infraestructuras inútiles, con costes astronómicos, que hoy se pudren en medio de ninguna parte sin haber sido usadas, siquiera, por vez primera.

Tal vez todo esto sería más llevadero si no tuviéramos la sensación de que además ponemos la cama.