Aquí donde me ven, soy un cocinillas. Me gusta estar entre fogones y experimentar. Nunca he utilizado nitrógeno líquido ni he llegado a deshidratar hortalizas, pero he podido descubrir nuevos sabores mezclando ingredientes. Nadie se me ha puesto nunca malo... Una vez, utilicé la misma salsa de almendras de la jibia para una carne. El resultado no fue el que esperaba: parecía que estaba comiendo jibia. Es más, el paladar la echaba de menos. Pues algo parecido está pasando en España con los recortes. El Gobierno de Rajoy, presionado por aquellos que nos vigilan con lupa (Europa o Merkel), está aplicando la misma receta que en su día usó Alemania y que ahora le está permitiendo crecer. Pero España no es Alemania. Como la jibia no es ternera.

En España no existe la potente industria automovilística germana, que exporta mercedes, audis y volkswagens a todo el mundo. Tampoco existe una todopoderosa industria farmacéutica como Bayer. España vive de exportar su agricultura, cuando Marruecos lo permite, y sobre todo del sector servicios. No hay fábricas; hay camareros. No hay alemanes (salvo en Torrox y Mallorca). Y es imposible que lo que funcionó en el país teutón sea igual de eficaz aquí.

Lo que hasta ahora podían considerarse medidas de ajuste, amparadas en una herencia, necesarias para superar la recesión, recortes si lo prefieren, algunas más polémicas que otras; algunas más desacertadas que otras, el miércoles, en el Congreso de los Diputados, se convirtieron en una gruesa soga que nos amordaza a todos. Menos a los diputados del PP, porque esos parecían muy felices mientras aplaudían. Son recortes desiguales, trasquilones del Gobierno, que alcanzan al pago de medicamentos, a los pupitres escolares, al IVA de los productos, a las becas y tasas universitarias, al sueldo de los funcionarios públicos –a partir de ahora sólo tendrán tres días libres de asuntos propios... ¡Pero cuántos tenían!– y ahora también a la prestación por desempleo.

El discurso de Rajoy prácticamente daba por sentado que en España no hay parados, sino vagos que no tienen trabajo porque no quieren trabajar. Porque no salen a buscarlo. De ahí que reduzca las ayudas. Es por incentivar. ¿Qué espera el presidente, que se produzca un milagro? ¿Que, efectivamente, gracias a esta medida, todos los desempleados encuentren un puesto? ¿Bien remunerado, a ser posible, cualificado y en lo suyo? Ni en sus mejores sueños. Habrá que joderse, como dijo la diputada Fabra. Eso, o meter en la lotería, pero es imprescindible comprarla en Castellón, que es donde hay más probabilidades de que toque, ¿no es así?

Así nos vemos por nuestra mala cabeza. ¡Qué irresponsabilidad! Españoles que se compraron un piso para vivir, un coche para desplazarse y cometieron la osadía de tener hijos. Algunos incluso se fueron de vacaciones... Ahora pagamos esa vida de excesos... ¿Es eso, no? Vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Creíamos que éramos ricos cuando en realidad debemos agua en Loja. Mientras los bancos y sus pésimos gestores, que no pusieron límite a este endeudamiento, son rescatados financieramente y con ventajosas condiciones y encima reciben pensiones vitalicias. Y con esto no niego que haya personas que, efectivamente, hayan cometido abusos.

Menos mal que tenemos unos gobernantes que se han autoproclamado mesías y nos van a sacar de ésta... Aprentando, aprentando. Son como esos padres que te decían: «Te castigo por tu bien, pero esto me duele más que a tí...» Y así nos quedamos con cara de tonto. Y se supone que todo esto es para evitar la intervención. Para lograr la confianza de los inversores... Y aún así no será suficiente.