Arte Povera, arte pobre. Este término se empleó por primera vez a finales de los años sesenta por una vanguardia artística que comenzó a emplear materiales de muy fácil adquisición y bajo coste, incorporando a sus creaciones artísticas incluso materiales de desecho en una segunda oportunidad para expresar posibilidades de ser más allá de lo establecido y los dogmas e iconos artísticos encumbrados por los mass media.

A diferencia de otras artes más autónomas, la arquitectura, como arte social, precisa y se constituye de y para el otro. La arquitectura necesita de la necesidad social y de los medios económicos mínimos con los que poder realizar los proyectos que mejoren la realidad previa. Sin necesidades no hay arquitectura, sin unos medios mínimos tampoco. La mantenida situación macroeconómica y unas medidas supuestamente estabilizadoras que no alcanzan realmente al grueso social en un desvío del capital hacia un andamiaje financiero alejado de las necesidades sociales, obliga a realizar un inventario ideológico, un recuento de posibilidades.

Es indudable que unas circunstancias tan restrictivas como acuciantes han desarrollado entre los arquitectos que intentan mantenerse en territorio natal, una nueva tendencia en la arquitectura, por su nueva forma de acercarse a la construcción y encontrar el valor y la utilidad en materiales desdeñados para la construcción tiempo atrás. Es posible mejorar la realidad física desde propuestas capaces de emplear materiales baratos con nuevos e imaginativos planteamientos. Sólo desde ellos se pueden descubrir las nuevas posibilidades expresivas y técnicas de materiales que estén al alcance por su bajo coste.

El arquitecto povera, como ya lo hiciera el artista povera, deberá encontrar en ellos las raíces extraordinarias de lo ordinario y cualificar la realidad desde una conexión íntima con ella. El Arte Povera se caracterizó por su alto grado de creatividad, por su espontaneidad y por la recuperación de la inspiración y la energía.

Las administraciones públicas, impotentes ante la diáspora técnica de sus ciudades asisten a una disminución de población y credibilidad, mientras los colegios de profesionales procuran mantenerse a flote un trimestre más en medio del aparente desinterés estatal. Es necesario salir del desconcierto para volver a convertir la ilusión en utopía y en movimiento no aleatorio.