Cada día somos más Georges Samsa. Despertamos de un sueño intranquilo convertidos en escarabajos bocarriba bajo el peso de la economía política. La misma que ha convertido la vida y las expectativas de millones de familias en una bola de estiércol compuesta por los restos del trabajo que tuvieron, de la casa embargada por el banco, del esfuerzo invertido para tener una existencia digna, una pensión que reconforte los achaques de la vejez y la tranquilidad de ver a sus hijos incorporados al mercado laboral. Cada día, el Gobierno neoliberal imita a Kafka y juega entre el absurdo, el decir digo donde dijo Diego y en ningunear, como hizo Rajoy en la entrevista televisiva con la periodista de El País, a quiénes le echan en cara que la reforma laboral ha sido un tiro por la culata. Se me abren las carnes cuando escucho estas cosas, observo los gestos de prepotencia, leo que la OIT sitúa a España como uno de los países líderes en tasas de desempleo de todo el mundo, veo que asoma por la última esquina de septiembre otra batería afilada que volverá a cobrarse nuevas víctimas y que convertirá a las que ya engordan la suma interminable en cadáveres andantes. Igual que me produce desazón comprobar el aumento de familias que buscan ayuda en los comedores sociales o el incremento de la violencia de subsistencia que, a este paso, se convertirá en otro grave problema más.

Con este panorama, resulta irritante que el ministro De Guindos haya prometido a la Unión Europa un nuevo plan de ajustes y reformas que el Gobierno prevé aprobar el 27 de septiembre, destinado a que España cumpla este año el déficit y fomenten el crecimiento y la competitividad. Lo promete el hombre sobre el que muchos opinan que tuvo los huevos de echarle un órdago a Bruselas, amenazando con salirse del euro si no nos echaban una mano. En cualquier caso, el objetivo es imposible. Lo sabe Bruselas, lo sabe el Gobierno, lo sabe De Guindos, la oposición y cualquier hijo de vecino al que sólo le importa llegar a final de mes o que no les toquen las pensiones; la última frontera que el Gobierno está a punto de cruzar después de imponer más impuestos verdes y morados. ¿Cómo no les entra en la cabeza a las cabezas pensantes que gobiernan Europa y España el despropósito que llevan a cabo?, ¿qué el euro se ha convertido en el grillete de cemento con el que la mafia sumergía a sus víctimas en los abismos marinos?, ¿que cualquier país cuya economía no fomente el consumo carece de futuro? Nadie responde las preguntas como tampoco el Gobierno se atreve a consultar a los ciudadanos acerca de la inmolación a la que los somete. Igual que nadie entiende que dos secretarios de Estado declaren un patrimonio en blanco de 18 y 14 millones de euros mientras avalan duras medidas que ahogan a quiénes no siquiera acceden a los 450.

Ahora que Albert Boadella se retira al frente de su compañía Els Joglars y le cede el testigo al inmenso actor Ramón Fontserè, pienso en lo importante que sería que su audaz, inteligente, descreída y polémica teatralidad, siempre independiente, estrenase y girase por el país una obra que escenificase el diálogo negociador entre nuestro Ubú rey del PP y Shylock, el usurero mercader veneciano que es el verdadero rostro de la UE. Si hace años consiguió retratar las carencias y delirios de Franco, de Jordi Pujol, de Felipe González, de Maragall, de Salvador Daaalí, la impostura del arte contemporáneo, los delirios nacionalistas y la penosa vejez de los actores en su última obra Omega, haciéndonos reír y que comprendiésemos mejor las miserias de los egos y los ocultos intereses del poder, bien podría echar el resto y atreverse a hacerlo. Total, si el teatro está a punto de desaparecer por la subida del IVA, que Els Joglars lo haga muriendo con las botas puestas. Sólo esta compañía sería capaz de montar una espléndida obra que podría llamarse «Se vende España por derribo» o «El último banquete de Ubú y Shylock». Seguro que sería un éxito de crítica (en la clandestinidad claro está), y también de taquilla. Aunque para ver la obra tuviésemos que ir al bosque donde tienen la carpa en la que ensayan sus obras. Mientras les escribo proponiéndoles que se lo piensen, habrá que oponerse de la manera que cada cual pueda a la imposición gubernamental de convertirnos en figurantes de Esperando a Godot, la célebre obra del teatro del absurdo que nos están haciendo vivir y sufrir. Eso o seguir siendo George Samsa y no dejar de empujar la bola de estiércol.