Un millón y pico de españoles acude cada dia a quitarse el hambre a los comedores de Cáritas. No son exageraciones críticas contra una política económica que nos ha llevado a la ruina Son datos oficiales de ayer mismo. Cáritas dice que ya no puede más. El incremento es casi del 180 por ciento en relación al año 2011.

La crisis está arrasando con todo, no solo con los bienes sociales alcanzados por la sufrida clase media tras treinta años de esfuerzos y esperanzas. También está acabando con un sistema de vida basado en un reparto más equitativo de la riqueza, en la convivencia y el reconocimiento mutuo y recíproco de las distintas creencias religiosas, culturales, étnicas. Nos están cambiando la vida, dándole la vuelta como a un calcetín. Los emigrantes empiezan su retorno a casa. Pero también se van nuestros jóvenes porque aquí se ahogan pese a su preparación universitaria. Sin embargo no deberíamos generalizar responsabilizando a la palabra crisis de todos los males que padecemos. La crisis es la crisis, una ocasional y calculada quiebra caótica provocada por un sistema salvaje. Una operación que está haciendo más ricos a los ricos y mucho más pobres a los pobres, incluso a los que nunca rozaron la pobreza.

En el caso español, lo más sangrante no es que el ajuste adoptado por el gobierno haga más crítica la situación. No es sólo que con la bestial reforma laboral, con la inhumana aplicación del ajuste, nos hayan hundido en la miseria. Es que, además, nos están quitando los valores personales, el derecho a ser dignos, la confianza en los demás. Nos están empujando al egoísmo de la supervivencia, a la no participación. No están arrebatando el supremo valor de la solidaridad. Están borrando el estado del bienestar para devolvernos a la oscuridad del pasado.

El presidente nunca sabe qué es lo que hay que hacer. Y hace siempre lo contrario. El paro se acerca a los seis millones. Los desempleados mayores de 55 años se han triplicado. Los ministros van cada uno a su bola, desmintiéndose unos a otros. Son abucheados públicamente pero ellos miran para otro lado. Nunca miran de frente al rostro de una persona angustiada, sin trabajo, desahuciada. Ni un átomo de empatía. Desprecio y restricciones a la sanidad pública, a la educación, a los trabajadores, a los pensionistas. Preparativos para la privatización de todo. ¿No da la sensación de que este juego nefasto de la economía sangrante que sólo perjudica al status de la clase media, a la que quieren fumigar, tiene como objetivo final salvaguardar los intereses de banqueros y propietarios de grandes fortunas y volver a un sistema de ordeno y mando donde la mayoría seamos silenciosa, obediente, sumisa y pobre, a las órdenes de Wall Street, y en la que vuelvan a mandar y a decidir, sin resistencia, los que siempre mandaron y decidieron?

Hoy pensaba reflexionar sobre la necesidad que tenemos, a pesar de lo que nos están haciendo, de regresar a la voluntad colectiva y pacífica de creer en un futuro mejor. Retornar a la recreación y el regusto del trabajo bien hecho. Aunar el espíritu de todos para aplicarnos en la búsqueda de la actividad económica generadora de recursos vitales.

Pero la noticia de Cáritas, ese millón y pico de españoles hambrientos, me ha quitado las ganas de divagar.