Si el hombre, como sentenció Aristóteles, fuera un animal político, el conjunto de los ciudadanos forzosamente se tendría que reconocer en nosotros. Si esto fuera así, quedaría hasta ridículo hablar de los que una tras otra encuesta del CIS señala a los políticos como una de sus máximas preocupaciones, ya que se trataría de una insignificante minoría social. Sin embargo, la realidad es otra: desapego, distanciamiento y, un poco más allá, animadversión y rechazo. Eso es lo que nos trasmiten los estudios demoscópicos, los medios de comunicación, la calle, incluso nuestra propia familia. Ellos sí que tienen razones de peso para odiar la política por todo lo que les arrebata, por el tiempo que les roba de nuestra compañía y, sin embargo, son los más comprensivos con quienes nos dedicamos a ella. Nos alientan, nos animan y, lo que más reconforta en momentos como éstos, se sienten orgullosos de nosotros, quizá porque conocen en primera persona los sacrificios personales, familiares y profesionales que hacemos y de los que nunca nadie cuenta nada.

Todos los que entramos un día en política lo hicimos con una infinita ilusión y una aún más profunda vocación de servicio. Y digo todos, porque a nadie se le ocurriría salvar a ningún médico o abogado en una afirmación como ésta. ¿O es que alguien duda de que el médico o el abogado entró en su profesión, se formó y preparó para ella con otro objetivo que no fuera el de mejorar la vida de las personas? En el desempeño del oficio y en la trayectoria de cada uno habrá de todo, como en botica y, por supuesto, como en política.

No todos los que nos dedicamos hoy a la cosa pública lo hemos hecho desde siempre. Para muchos de nosotros, cumplir el sueño de desempeñar un papel activo en la defensa del interés general ha supuesto dejar en stand by el desarrollo de una carrera profesional, en muchos casos prometedora y, seguro, mucho más rentable. Y cuando digo rentable no me refiero solo a lo económico, que también, porque hay quienes, incluso, pierden dinero. A ello hay que sumar que el tiempo que se está en política es tiempo en el que nos desactualizamos en nuestros trabajos respectivos. Un trabajo, por otro lado, al que a veces ni siquiera se puede volver, sobre todo, ahora con la crisis y los recortes de personal. Muchos no saben que si esta situación se produce te quedas con una mano detrás y otra delante. Cuando a una persona la despiden de su trabajo (desgraciadamente todos tenemos miles de ejemplos cercanos) tiene derecho al desempleo. Cuando dejan de contar con un político o decide él mismo abandonar, no hay paro. Sin embargo la rentabilidad a la que me refiero es a la del bienestar, la comodidad, la que te permite llegar a cenar todas las noches a casa y poder acostar a tus niños, la de poder planear una escapada de fin de semana con tu pareja, la de no tener que dejar a tu hija días después de dar a luz en manos de una cuidadora dos o tres días porque no pueden votar por ti en el Congreso ni lo puedes hacer desde casa. Aquí no hay domingos ni festivos o, mejor dicho, hay demasiados. Este mismo fin de semana, mientras muchos están de puente, solo hay que hacer un repaso a las agendas de nuestros dirigentes políticos, especialmente a la de alcaldes y concejales y a la de aquellos que aspiran a serlo algún día. Procesiones, romerías, actos de hermandad con peñas y asociaciones, aniversarios y, por supuesto, Día de Todos los Santos, visita obligada al cementerio para comprobar que todo está en orden.

No somos unos mártires ni es mi intención convencer a nadie de ello. Pero sí recomendaría que todo aquel que critica a los políticos, no dudo de que en ocasiones con motivos posiblemente justificados, mirara a su alrededor y se preguntara cómo es que si se encuentra indispuesto un día puede acudir al centro de salud que está debajo de su casa, o por qué su hijo puede estudiar en un instituto sin tener que desplazarse a otro municipio, o cómo una ciudad como Málaga tiene un aeropuerto internacional, una estación de tren a la que llega el AVE y más tarde o más temprano contará con una red de metro. Detrás de cada una de estas infraestructuras o servicios tan importantes en nuestra vida cotidiana pero que, en el día a día, pasan desapercibidas, está la voluntad, el esfuerzo, la dedicación y el trabajo de los políticos.

Y, seguramente, está ahí la clave del proceso que debemos llevar a cabo para volver a prestigiar nuestra labor. Es vital dar a conocer nuestro trabajo a la opinión pública de forma minuciosa, sin vanidad, sin excesos de personalismos, con humildad y con la convicción de que también está entre nuestras obligaciones la de dar cuenta de lo que hacemos y contar todo lo que va en nuestro sueldo.

Patricia Navarro es Senadora del PP por Málaga