Fue una solución que vino a redimir a muchas familias de pueblos del interior condenadas a la emigración porque el trabajo agrícola -y cualquier otro, por ejemplo, una incipiente industrialización - no daba para comer. Se dijeron con razón que poseían algo que era capaz de catapultar el turismo hacia sus zonas altamente deprimidas: el entorno natural, apenas hollado por quienes buscan la paz de recónditos lugares y la belleza de parajes indemnes de la masificación salvaje de la costa. Nuevos horizontes, tranquilidad, excelente gastronomía, trato afable de gente sencilla ofreciendo lo mejor de sí mismo. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en el vasto e insólito paraje de la Serranía de Ronda, siempre cautivadora, eternamente proclive a espolear las imaginaciones. Pero también en múltiples lugares de Andalucía. Había nacido el turismo de interior. Los alojamientos rurales florecieron como margaritas en mayo. Se remodelaron cortijadas, bodegas, casas de campo abandonadas y el negocio remontó felizmente.

Pero llegó la fatídica crisis y, entre otros infaustos motivos, empezaron los quebrantos. La Red Andaluza de Alojamientos rurales apunta a la desaparición cada año de un 15% de los alojamientos rurales. Reclama a la Junta de Andalucía para salvar el bache normativa jurídica, formación y promoción, sobre todo allende fronteras. A la administración andaluza le toca mover ficha. Centenares de establecimientos lo esperan. Está en juego una actividad que redimió a muchas familias del paro y les irradió un futuro prometedor.

El turismo de interior, en la cuerda flojaJosé BecerraMálaga