Hay que reconocer que un metro, con su túnel profundo y ajeno a la vida ajetreada del ciudadano, es una opción muy atractiva. A todos se nos vienen otros metros como el de Londres, París, Berlín, Nueva York, Moscú o Madrid como ejemplos. Signos de una ciudad moderna y avanzada, solución a la saturación del tráfico y respuesta a las necesidades de transporte rápido y seguro. Sin embargo, en Málaga el metro se ha convertido en sinónimo de obra problemática, que va camino de ser un carísimo fracaso.

La Junta de Andalucía no puede acometer el último tramo hasta La Malagueta. Sencillamente tiene el dinero justo para meterse en una obra que está presupuestada en algo más de 115 millones de euros, pero que todos sabemos que costará mucho más en cuanto se encuentren algún resto arqueológico (que los hay) o el terreno dé algún problema (que lo dará porque es de relleno y necesita de inyecciones de hormigón para que no se hunda cualquier excavación). En cuanto haya una mínima desviación del presupuesto inicial, la obra se quedará sin dinero. No hay ni un euro para nada y parece que seguirá así mucho tiempo. Si al final se empieza y algo sale mal, nos encontraremos con uno de los agujeros más caros y molestos de la historia de la ciudad, obstaculizando la Alameda o el Parque o la plaza de la Marina.

La única opción viable es llevarlo a la superficie. No es lo ideal ni lo esperado, pero con la crisis que hay y los problemas de financiación existentes, parece que es la única viable. El dinero que tiene la Junta de Andalucía para acometer esta obra es un crédito del Banco Europeo de Inversiones (BEI), que ya ha cerrado el grifo a más créditos. Eso sí, tiene un plazo para invertirlo. Si no se hace, pues se tendrá que destinar a otra obra de metro de Andalucía. Zoido está frotándose las manos con esa posibilidad.

Con este embrollo, tiene poca explicación que el Ayuntamiento se empecine en negar la realidad y se cierre en banda a negociar cualquier opción de llevarlo en superficie. Es más, en una maniobra muy cínica, aprobó una moción rechazando de plano el trazado en superficie del metro por la Alameda y el Parque. Eso sí, estaba dispuesto a conocer el proyecto. ¿Para qué? Si ya ha dicho que no lo quiere ni en pintura. Ahora es momento de dignificar la actividad política y esto supone afrontar los problemas con valentía y buscar soluciones. Negarse a la realidad y repetir el «no» como salmodia interminable demuestra poco juego político y mucho de ceguera.