No es cierto que en Estados Unidos los ricos voten a los republicanos y los pobres voten a los demócratas. Es más bien al revés.

La casa que tiene el cartel Romney-Ryan en el raquítico jardín delantero es una pequeña construcción de madera o más bien de contrachapado, pintada de gris, con sucios visillos tras las ventanas y una gran bandera americana sobre la puerta. La casa no tiene porche, a diferencia de la mayoría de casas americanas, así que las dos calabazas sonrientes y la bruja de trapo „recuerdos de Halloween„ se han tenido que colocar a los dos lados de los escalones de la entrada y colgando de la fachada delantera. La casa está en una calle impersonal, bastante ruidosa, que lleva a un centro comercial. Todas las casas de esta calle son pequeñas y todas están pintadas de gris. Hay niños jugando en la acera y en los patios traseros, y se oye música country sonando en algún sitio. Seguro que aquí vive alguien que trabaja en un almacén o en la cocina de un restaurante, gente que no ha ido a la Universidad y que ni siquiera se imagina que a lo mejor hubiera podido hacerlo, gente que vive con poco dinero y apenas se ha movido de su comarca.

En cambio, la casa con el cartel Obama-Biden está en una zona mucho más tranquila, en una calle con grandes árboles en la acera y espaciosos jardines traseros. Tiene dos plantas y buhardilla, además de un porche de estilo neoclásico y la fachada pintada de un beige tirando a rojizo. En el jardín trasero hay macizos de flores de otoño -áster, dalias, espinos de fuego- y una pequeña fuente con un vago aire francés. En esta casa viven profesores de universidad o gente que tiene una profesión liberal -quizá abogados o economistas-, gente que va a comer al bistrot y al restaurante japonés, gente que viaja con frecuencia a Europa y lee The New Yorker, o que al menos está suscrita a la revista y la deja siempre visible en la mesita de la entrada.

Votan a los demócratas los profesionales liberales y los habitantes de las ciudades, sobre todo si son maestros y profesores o empleados públicos. Y también votan a los demócratas los afiliados a los sindicatos del automóvil o del transporte, y la mayoría de miembros de la comunidad negra o de la comunidad hispana. Pero suelen votar a los republicanos los habitantes de las zonas rurales, por muy pobres que sean, y muchos empleados sin cualificar o de baja categoría, junto con los súper-ricos que tienen una casa en Cape Cod y un apartamento en Manhattan, y quizá un yate y un coche deportivo, esos ricos que juegan al golf y veranean en el Caribe y presumen de ello en sus cuentas de Facebook.

¿Por qué es así? No lo sé muy bien, sólo sé que el votante demócrata suele pensar que el votante republicano es un ceporro al que sólo le interesan el béisbol, la música country, los sermones del reverendo evangélico de su iglesia (la Iglesia de los Santos del Señor de los Últimos Días, por ejemplo) y cazar ciervos con un rifle todo terreno, a ser posible muchos ciervos, y a ser posible de la forma más sangrienta posible. Y el votante republicano suele pensar que el votante demócrata es un peligroso izquierdista que cree en los políticos de Washington y en las subvenciones a los drogadictos y a los vagabundos, y que además lleva una vida personal reprobable, ya que quizá practica el nudismo a escondidas y lleva una doble vida sentimental y en el fondo odia a América. Hay gente pragmática que suele cambiar de voto en función del candidato o en función de la situación económica del momento, pero en general los americanos son inamovibles en sus lealtades políticas, que se van heredando lo mismo que se hereda una casa o un coche. Mucho más que los europeos, me atrevería a decir.