El pasado domingo tuvo lugar en Cataluña unas elecciones en las que se votó la nueva composición del parlamento autonómico que tendrá que elegir al próximo presidente del gobierno de la comunidad catalana. Es habitual en las elecciones que cada partido haga su valoración, y rara vez se reconoce un mal resultado. En este caso concreto, parece que hay bastante coincidencia en torno al fracaso personal de Artur Mas por adelantar las elecciones como una apuesta personal, cuando se encontraba en el ecuador de la anterior legislatura, en la presidencia, y con una amplia mayoría de apoyos, al menos de los 62 parlamentarios de Convergencia y Unión. Aunque es cierto que con el resultado del domingo (50 escaños para CIU) aún dispone de una amplia mayoría, no es menos cierto que supuestamente convocó elecciones para optar a la mayoría absoluta (superior a 68 escaños) y promover una consulta popular con objetivos soberanistas, que ahora se le ha vuelto en su contra por las exigencias de ERC. No parece que Mas vaya a pasar a la historia como un gran estratega porque, teniendo una mayoría suficiente y el apoyo tácito del PSOE y/o PP para seguir gobernando otros dos años, no tenía sentido convocar estas elecciones y liderar un proceso descarado e imposible de soberanismo, salvo que haya otros motivos, como la incapacidad para afrontar la crisis o el conocimiento de la inminente publicación de informes policiales sobre su patrimonio y el de la familia Pujol, que intentaría desactivar con la bandera del soberanismo y del enemigo español. Para huir de los efectos de la crisis, los nacionalistas están acudiendo al recurso fácil de buscar un enemigo común. Une mucho potenciar eso. Ojalá vuelvan los políticos autonómicos catalanes a la senda del sentido común por el bien de todos y, en vez de entrar en la espiral del agravio, impulsar y liderar con lealtad la recuperación económica y social. El tiempo que se dedique a destruir se detrae del de construir.