Divina Ginebra, siempre divina, además de sabia, siempre sabia, que bien la entendía el gran Borges. Allí me han llegado buenas noticias. Le han concedido a Lucas Martín, uno de los jóvenes maestros de este periódico, un inmensamente merecido Premio Andalucía de Periodismo. Premian su trabajo y su legado en sus artículos de los sábados sobre la historia de esta Costa del Sol prodigiosa. Lo merece esa crónica deslumbrante. Y por haberla leído, espero impaciente el momento en que me lleguen en el formato sagrado de un libro. O libros.

También fue una alegría otra noticia que me llegó en una llamada de móvil camino del puerto de Bellerive. Lugar para los iniciados, rincón de esa Ginebra secreta y su lago Leman, con querencias de grabado antiguo. Me anunciaba la llamada la llegada a la provincia de Málaga de las estrellas de la guía Michelin para 2013. Además del Skina en la Marbella prinigenia, se posaron las estrellas de nuevo sobre las casas de antiguos alumnos de La Cónsula: Dani García en el Calima de Marbella, Paco García y su equipo en El Lago, en Las Chapas de Marbella. Y José Carlos García en su nuevo Café de París en el puerto de Málaga. Emocionantemente épica ha sido la proeza de este último. José Carlos perdió temporalmente su estrella al abrir su nuevo restaurante. Era lo normal. La Michelin es inflexible. Por eso la centenaria guía ha superado sin problemas todo un siglo de navegación. Se lo comente entonces a José Carlos. La Michelin le devolvería con todos los honores la estrella tan pronto como su código secreto se lo permitiera. Así ha sido.

Una buena semana. En la que han triunfado las banderas de los buenos. Jovenes maestros, cortos en vanidad y largos en el trabajo duro y bien hecho, sin trucos ni atajos. Los antídotos que tanto necesitamos para neutralizar el veneno de esta cleptocracia de nuestros pecados.

En todo esto pensaba cuando caminaba por caminos del siglo XIX cerca de la frontera invisible que separa Francia de Suiza, camino del puertecito de Bellerive. Allí, alrededor del minúsculo embarcadero, esperaba la llegada de sus benefactores una clamorosa y expectante congregación alada de inquilinos del lago: patos, cisnes y gaviotas. Conocen bien estos a sus «fans» del vecino Collonge-Bellerive y los manjares de los que son portadores, las sobras del pan doméstico. Y Ginebra es famosa por la infinita variedad de sus panes. Y si este ha adquirido la dureza de un mendrugo casi pétreo, las aguas del lago, milagrosamente limpias, lo suavizan.

A pesar de todo, es bueno tener presente que vivimos en un mundo que puede ser amable y donde no siempre ganan los malvados.