Nunca ha estado claro qué es una generación, pero al final las cosas que no están claras son las que mejor funcionan. La Generación del 98 se dató en ese año porque fue el de la pérdida de Cuba y Filipinas, que se supone marcó al espíritu del tiempo en España y al tono y timbre de sus bardos. La del 27 se focaliza ahí, convencionalmente, por un homenaje a Góngora. A veces una simple foto sirve para dejar sentado por siempre el censo de una generación. La del 50, o de los cincuenta, a la que pertenece Caballero Bonald, nuevo Cervantes, es más borrosa e imprecisa, empezando porque para unos es la del 50 y para otros la de los cincuenta. El caso es que están ahí, perdidos todavía en el tiempo más raro de nuestra historia reciente, cuando el país entero iba a contrapié del mundo, y ellos a contrapié del país, y su respiración es densa, silente, airada y a la vez precautoria, por si acaso.