El belén navideño es uno de los fenómenos kitsch más seductores que conozco. Lo kitsch es siempre una mezcla, un acarreo de materiales, un pastiche, que tiene poder de evocación para un espectador sin prejuicios formales, artísticos o de rigor. La razón de que eso ocurra es misteriosa, pero quizás resida, sobre todo, en que constituye un nudo o nodo de lo recordado, lo fantaseado, lo soñado, lo creído, lo mítico, sin dar cuenta de origen, de verdad, de leyes, de estilo. Por ejemplo, el secreto de la ópera, para mí, reside en ser fenómeno kitsch, que junta anacronismos, mitos, historias (en general bastante tontas), melodías e imágenes vagantes por el éter, unidos con el hilo de la voz humana en estado de incandescencia. Un belén es también un producto kitsch, y ponerse a destripar sus componentes o a analizar su verdad es una tontería. Un belén es una verdad en sí mismo.