Mariano Rajoy Brey vive entre sombras. Una tras otra caen sus promesas electorales, envueltas en la bruma de la crisis, ahogadas por el humo asfixiante de la mentira. La última, la promesa irrevocable de no tocar las pensiones. En 2013, los pensionistas malagueños -unos 236.000- perderán poder adquisitivo, la mayoría de manera muy sensible, ya que la pensión media provincial está por debajo de los 900 euros, y entre la reducción de la paguita y la adecuación a la subida de la inflación, se van a encontrar con un buen dinerito menos al año.

No es la única sombra que se proyecta sobre nuestro Brey. La privatización de la sanidad pública, la conversión de la educación en una carrera de obstáculos para las clases medias y trabajadoras, los despidos baratos al calor de la reforma laboral, la subida de impuestos, la censura y la manipulación en la televisión pública, el trato de favor a las comunidades autónomas gobernadas por el mismo partido que desgobierna el Gobierno de España. Parece una escena de un drama de Shakespeare, si no fuera porque Brey es un diletante y Hamlet, Otello, Shylock y compañía precisamente todo lo contrario.

Nuestro Brey ha pasado sin despeinarse del bondage a la disciplina inglesa (por no decir alemana). Y la practica a una sociedad adormecida, que poco a poco reacciona en las calles, como se ha visto en estos últimos meses. Tras la fascinación inicial, la víctima de las sombras de Grey comienza a despertar, aterrorizada. Los juegos no son divertidos. No lo es el copago, ni la subida del IVA. El ataque a la sanidad es doloroso. No hay placer posible en la destrucción del estado del bienestar. Y mucho menos cuando se sabe que de nuevo la banca gana, que van a recibir de entrada 37.000 millones de euros. Que ese dinero lo tenemos que devolver, con intereses, todos los españoles. Y que todo el sufrimiento y el dolor y el malestar se deben a que la banca alemana debe cobrar religiosamente lo que prestó a la banca española cuando éramos el paraíso del crédito y la especulación inmobiliaria. Euro sobre euro, hasta que el cuerpo aguante.

Hace un año todo parecía divertido. Tanto, que España se entregó a Brey en cuerpo y alma. Este país nuestro se dejó seducir por las promesas, por los recuerdos, por la necesidad de agarrarse a una ficción. Hoy Brey se ha quitado la máscara y exige la sumisión sin condiciones. Exige cumplir el contrato. A rajatabla. Y entrena a la policía y amordaza los telediarios. Persigue a los ciudadanos, protege a los poderosos. Ha pasado cincuenta semanas en el poder. La tensión aumenta. Le quedan dos o tres volúmenes por escribir. El desenlace puede ser aterrador.