Hace unos meses, en Valencia, un médico transplantó el brazo izquierdo de un paciente al lado derecho, pues era manco. La noticia armó un gran revuelo porque era novedosa, y por las dificultades de orden técnico que implicaba la operación. Entre otras cosas, era preciso convertir la mano izquierda en derecha, lo que significaba cortarle el pulgar y colocarlo junto al meñique. Tras esa modificación, el cirujano seccionó el brazo por encima de la muñeca y lo cosió al muñón del brazo derecho con resultados satisfactorios. O eso suponemos, pues no hemos vuelto a saber nada de este señor. La información acerca de la realidad, con la llegada de Internet funciona al modo del agua corriente. Abres el grifo, sale un chorro de noticias, te bebes las que puedes y las que no se las traga el sumidero. Las noticias, como en su día el agua, son gratis, pero no quitan la sed de saber más.

¿Qué tal se comporta aquella mano izquierda en el lado derecho? ¿Se nota que es una impostora o lleva a cabo con naturalidad las funciones que se le encomiendan? ¿Piensa como una mano izquierda mientras actúa como una mano derecha o se ha identificado por completo con su nuevo papel? ¿Qué ocurre, por otra parte, con la mano fantasma que permanece allá donde se produjo la amputación voluntaria? ¿Se queja de la falta de cuerpo, de la ausencia de materia? ¿Duele? ¿Conserva los tics de cuando poseía un cuerpo? También nos gustaría saber si esa mano errante tuvo en algún momento de su vida veleidades de derechas, pese a ser de izquierdas. Digo esto porque mi mano izquierda adopta a veces comportamientos que corresponden a la derecha. Mi médico dice que quizá se deba a que soy un zurdo contrariado, un zurdo que no ha salido del armario.

Pero lo que necesitaríamos conocer por encima de todas las cosas es el límite de este tipo de operaciones capaces de cambiarte las cosas de lado. Uno tiende a parecerse a la imagen que le devuelve el espejo y el espejo invierte la realidad sin necesidad de cortar y pegar. Personalmente, siempre he querido ser el que está al otro lado del espejo. Si algún cirujano me asegura que es posible, me pongo desde ya en sus manos. Y gratis. De nada.