Mañana me empieza la Navidad y me iré a dar una vuelta por el Centro Histórico, a ver lo bonito que lo han dejado. A priori, sufro por los comerciantes, que no sé qué van a hacer ahora que les han recortado las lucecitas de colores, pero auguro que peor lo estará pasando, por el mismo motivo, la concejala del ramo, la señora Porras, la que decía que los secadores de pelo gastaban lo mismo que sus arbolitos navideños y que, a pesar de ello, se ha visto obligada a reducir la factura de sus felices fiestas en un 40% respecto al año pasado. Y es que ella lo tenía claro. No importaba que fuésemos la quinta ciudad más endeudada de España. La Navidad era la Navidad y Málaga, Málaga. Así que, los 900.000 euros que dedicaba a alumbrarnos y que nos convertía en la segunda ciudad de España, tras Madrid, que más gastaba en adornarse -«porque creaba empleo y para potenciar las compras en los comercios de la ciudad»-, han volado.

Maldita crisis. Supongo que se deberá a la maldita crisis. Esa misma que no habría en Málaga en 2010 ni en 2011 y que nos permitía estar a la cabeza de algo, tan bonito, hortera y supongo que «necesario» como era ornamentarnos más que a nadie las navidades. Aunque, a lo mejor le pasaba a Porras lo que a Zapatero, que no se enteraba de que «la cosa» había empezado. Zapatero lo asumió en 2008 y puede que Porras, ocupada en adjudicar contratos de una manera más legal de la que legalmente se le exige, lo haya descubierto ahora, más calmada, con un lustro impoluto de retraso.

O eso o, se me ocurre que, tal vez, la terminara convenciendo el grupo municipal de Izquierda Unida cuando propuso el pasado año que, para éste, el presupuesto para lucecitas Ximénez se redujera a la mitad y se estableciera en 450.000 euros. La cantidad prevista con este ahorro, según sugería Pedro Moreno Brenes, podría destinarse a medidas de promoción del comercio y otras acciones que permitieran la creación de empleo en la ciudad. Puede ser que la convencieran, sí. De hecho, Doña María Teresa, ha reducido el gasto hasta dejarlo en medio milloncito, casi lo que le pidieron. Lo que no sé es si se ha guardado los otros 400.000 para alegría de comerciantes y parados o no, aunque mantengo ciertas sospechas de que, si así fuera, lo mantendría en secreto hasta el 28 de diciembre, por hacer la gracia.

Pero bien está lo que bien acaba. Si no podíamos permitirnos tal despilfarro de felicidad intermitente, bienvenido sea el recorte que nos baja de Babel hasta la calle Larios para darle un paseo de andar por casa. Ya no se creará empleo ni se potenciarán las compras en los comercios de la ciudad tanto como quisiéramos porque, quiero suponer que, habrá algún estudio científico encargado por la empresa adornadora a algún entendido en sociología antropológica que, en sus conclusiones, mencione que las campanas y estrellitas iluminadas, en condiciones constantes y si se cumplen una serie de premisas, podrían incitar al consumo. Pero aún así, muy pobres de tanto, seguiremos siendo ricos, muy ricos de espíritu navideño según doctrina de la ley de los grandes números y otros efluvios mediterráneos. Eso se sabe. Como que, los menos privilegiados, asistiremos atónitos a las carreras de funcionarios municipales que persiguen a concejales por nuestras calles, haremos cola en los belenes gratuitos, celebraremos tapeos de empresa, nos indignaremos tras la injusticia del sorteo navideño y la asociación Zegrí se inventará algo muy raro que saque las castañas del fuego al señor Caneda.

Que empiece. Esta Navidad promete. Creo que, a poco, volverá a gustarme.