Felipe González, consejero de Gas Natural, apaga las velas de los tres decenios que hace de su llegada a la presidencia del Gobierno con el impulso de tal mayoría que le mantuvo 14 años en el palacio de la Moncloa. Como en el sector en el que se desempeña, González tiene energía y se le nota cuando advierte a sus compañeros socialistas que el PSOE «ha perdido la vocación de mayoría» y tiene que recuperarla, «mirando las necesidades de la sociedad».

Parecía que en los últimos años había cambiado mucho el concepto de «mayoría» cuando se cruzaba con el de «necesidades», pero en la crisis se ve que no. En este momento vuelve a funcionar, aunque como programa de mínimos y como un terreno que se pierde a las espaldas más que como un horizonte que ganar y al que ponerle la mirada del cartel de «Por el cambio».

La pérdida es un sentimiento que flota sobre los aniversarios. Entre las evocaciones de aquella llegada, Julián Campo, ministro de Obras Públicas en el primer gobierno, valora que el gabinete «hizo cosas importantísimas y pagó deudas pendientes de siglos pero luego el proyecto socialista se fue vaciando». El sentido de la pérdida, pues, viene de antiguo, de Felipe.

Las mayorías, las necesidades, en 30 años de vaciado, se aprendió a individualizar las ofertas, a mejorar las condiciones de algunos abonados, a hacer descuentos fiscales, un poco copiando la estrategia de las compañías telefónicas de móviles y sus campañas de fidelización. De ahí lo ridícula que suena, después de oír a Felipe González, la propuesta «radical» de Alfredo Pérez Rubalcaba, con lo poco que gusta esa palabra en España, aunque expliques que viene de raíz, por nuestra tendencia a enmarañarnos en lo frondoso. Pero, después de 30 años de pérdida, de distinguir entre empresas y hogares, entre grandes y pequeños clientes, la idea de mayorías de González suena a tarifa del último recurso.