T­­­engo un amigo, ya mayor, que se llama Mariano. Todas las mañanas, muy temprano, se dedica a recoger dátiles en la avenida de Andalucía. En su trabajo le ayudan las cacatúas argentinas que picotean en los racimos y dejan caer los que no se comen. Migajas, pero es lo que hay. A veces, me tomo un café con Mariano y hablamos. Para él y algunas familias que viven en un modesto piso de Carranque, los dátiles se han convertido en una fuente de energías. Un puñado de dátiles, un vaso de leche y un trozo de pan con mortadela es su obligada dieta. No se queja, no protesta, no se enfurece y sólo busca alternativas para cuando se terminen los dátiles. Dice Mariano que votó al Partido Popular porque iba a solucionar el paro (él y sus dos hijos), porque no tocaría las pensiones (su madre, viuda) y porque una tía abuela no se vería afectada en su dependencia de la esclerosis múltiple. Ahora, Mariano está confuso porque el partido al que votó le ha engañado. Lo que más le agradaría es echarse a la cara, mirar a los ojos por derecho, a quienes le han mentido. «Han jugado con nosotros», sentencia. Se me ha olvidado decir que Mariano trabajó en una imprenta que quebró por no encontrar crédito; de eso lo conozco. Mariano, en la semana próxima, saldrá de madrugada al campo para coger (robar) aceitunas y venderlas cerca del mercado de El Carmen. A Mariano le queda una ayuda de poco más de cuatrocientos euros y teme que también se lo quiten. Mariano, en la avenida de Andalucía, al pie de la última palmera que le queda por recoger, levanta la vista y se queda mirando una fastuosa fachada, con las siglas y las gaviotas del partido que votó. Cogió la bolsa de plástico medio llena de dátiles y con paso lento, seguido por los graznidos de unas impertinentes gaviotas, se fue alejando. Hoy, habrá unos dátiles encima de la mesa. Puede suceder que la cacatúa no le deje nada.

Mariano es uno de los casi seis millones de parados. Mariano, el otro, le prometió terminar con el paro. Está en la lista de espera, sin mucha confianza. Mariano le dio el voto y creyó en su palabra. Le ha mentido y su vida es tan triste como la de la cacatúa argentina, de palmera en palmera. Para Mariano, mi amigo, el otro Mariano era como el Santo Grial.

Mariano tiene, ya lo he dicho, a su madre viuda (es la que ayuda para la mortadela). Este año recibió una carta de la ministra Fátima Báñez en la que le decía que Mariano, su presidente, no congelaba las pensiones, ni había intención de recortarlas y serían revalorizadas según el incremento del IPC. Y Mariano, mientras saboreaba un dátil picoteado por la manada de cacatúas, echo la memoria atrás. Lo dijo Javier Arenas tocado de un fervor incontenible y alzando la ceja derecha: «eso no se toca». Hablaba de las pensiones. Mariano Rajoy fue más lejos: «Lo último que yo tocaré será las pensiones; no congelaré las pensiones como hizo Zapatero». Fátima Báñez, acogiéndose a las bendiciones de la Blanca Paloma no fue menos rotunda: «No vamos a recortar las pensiones». Y la sobrada Jimena de Cospedal, subida a grupa de Rocinante y con la Tizona al viento, fue clara y concisa: «Las pensiones son sagradas». Y besó la cruz de la espada como supremo acto de juramento. Mi amigo Mariano, ya no sabe, si el Santo Grial no tiene fuerza, la sangre se ha licuado y ha perdido todo su poder taumatúrgico, o sea la prodigalidad en realizar prodigios. Los ocho millones de pensionistas son necesarios para que el ministro Montoro, el de la risa floja, consiga cuadrar el déficit, según ordeno y mando de Bruselas (Merkel) toda vez que la programada amnistía fiscal a las grandes fortunas y a los depredadores insaciables no ha dado los resultados previstos. Quien se ríe a carcajadas son los millares de defraudadores, cuya lista sería bueno conocer y que el comisario Almunia, con sonrisa conejil, dijo estar en la mente de todos. De entrada, tenemos el prodigio de Díaz Ferrán, tres años presidente de la CEOE, la patronal española, que impartió impagables lecciones de buen gobierno. El juez le pide 30 millones de euros de fianza para evitar ir a la cárcel. Como me ha dicho Mariano, muy gordo lo suyo, señor Ferrán.

El Santo Grial ya no es lo que es. Todavía le queda una promesa que incumplir. Mi Mariano, mi amigo, ya busca otra palmera.

PD.- (1) Celia Villalobos, la del cocidito madrileño y el bichito, gana tablas conforme se hace mayor. No teniendo ya el pin pan pun (en su partido) al que dirigir sus mordaces dardos y su vocinglerías (Manolo, manolo!) le ha dado, presuntamente, caña a doña Adelaida de la Calle, rectora de Málaga. Para eso, hay que tener categoría.

(2) Francisco de la Torre, el primero en abrir la guerra contra la rectora, es capaz de justificar lo injustificable. Lo lleva en los genes. Por otro lado, deprimente imagen de concejales del PP huyendo de la policía.

(3) Málaga es solidaria, como siempre lo ha sido. Lo demostró con su apoyo al Banco de Alimentos. Es lo único que nos queda: la solidaridad y la dignidad.