Hay dos paisajes por excelencia: la línea del horizonte que une los azules de mar y cielo, y el skyline nocturno de la ciudad de Nueva York visto desde la cubierta de un rascacielos. En ambos casos el panorama visual es bastante abstracto: azules y brillos de sol y oscuridades y brillos de luces. Posar la mirada en el fuego tiene también algo del efecto hipnótico de las experiencias anteriores y cuando el hogar coincidía con la palabra que le daba nombre, sus moradores se reunían junto al fuego para contar historias y dejar descansar su vista del ajetreo del día.

Las ciudades, siguiendo fuerzas universales, son lugares de concentración de materia. Primero reunión de materia inanimada, después de materia animada. Los miles de habitantes que interactuamos en las ciudades mostramos continuamente a través de nuestras apariencias, nuestros intereses, al hacer pública parte de nuestras vidas. Y en esta múltiple intersección de vidas, todos participamos de los demás: conversaciones, itinerarios, compañías€Junto a las presencias que como los sonidos vienen y van, las ciudades, ayudadas por la entropía, también se llenan de objetos con tendencia al cúmulo y la permanencia.

El oído, sentido más delicado que la vista -de algún modo omnívora-, responde a un espectro de sonidos, por debajo del cual no vibra, y superados los cuales sufre, pudiendo incluso ensordecer para siempre. Esta sensibilidad inherente al oído ha conseguido la regulación del ruido urbano y un mayor control del aislamiento acústico en la construcción. Que una vivienda tenga que aislarse acústicamente de la ciudad de la que forma parte es significativo del ruido imperante, hasta el punto de acuñarse la expresión «contaminación acústica».

El mar y los árboles (en parques y bosquetes y no en macetones) devienen espacios terapéuticos ante la saturación visual. Existe en el hábitat urbano una extraordinaria acumulación de objetos, reclamos publicitarios, mobiliario urbano, indicadores turísticos, exposiciones varias, mesas, toneles, toldos, jaimas, cercados de plexiglás, aires acondicionados (extraña dermatitis edificatoria), cables históricos que culebrean entre edificios y luces por Navidad; todos juntos ocasionan el cuadro de contaminación visual, signo de primer progreso. Cuestión de tiempo que se proteja también a la vista de este ruido silencioso, pero constante.