Cualquier empresario que se precie de serlo tiene más de una razón para sentirse abochornado con la conducta del que fue su representante y ahora se encuentra detenido por ocultar 50 millones a sus acreedores. El caso de Díaz Ferrán, declarándose insolvente y camuflando su patrimonio en el extranjero, deja a la intemperie el Patio de Monipodio de la España de cuello blanco que se ha cansado de predicar ética en los negocios para luego hacer todo lo contrario, distraer el dinero y hasta dar sablazos.

Díaz Ferrán, empresario poco ejemplar y dirigente calamitoso, se dedicaba a pedirles préstamos y automóviles para pasearse por Madrid a sus ex compañeros de la patronal. Se presentaba ante ellos como una víctima política despojada de sus bienes por resistirse a pactar con Zapatero en la etapa en que presidió la CEOE. Todavía mantiene que de haber cedido ante el ex presidente del Gobierno la banca no hubiera permitido que quebrasen sus empresas. Sin embargo, tras ocho meses sin pagar las nóminas de los trabajadores, se supo cómo gestionaba Air Comet antes de que un juez británico decidiese inmovilizar la línea.

Los casos de Aerolíneas Argentinas o Marsans ponen en evidencia la conducta de Díaz Ferrán, que como otros creció aprovechándose de los contratos públicos de los que, a su vez, se valía para especular vendiéndolos al capital extranjero. Entre sus frases preferidas estaba hay que trabajar más y ganar menos. No es precisamente alguien que haya predicado con el ejemplo. Al contrario, lo único que ha hecho es desprestigiar a sus colegas y poner en evidencia el papel de la patronal que le eligió y mantuvo contra viento y marea.

«España, destino tercer mundo», de Ramón Muñoz, publicado por Deusto, que leo ahora, presenta un país de bajo coste e invita a huir del optimismo antropológico, las mentiras patrocinadas y la confianza histórica en el progreso de la humanidad. Contiene una visión lúcida aunque algo apocalíptica de lo que nos está ocurriendo entre otras cosas por la falta de productividad. Con empresarios como Díaz Ferrán cuesta menos creer en ese apocalipsis.