Ala revista alemana Der Spiegel le van como anillo al dedo los temas de armamento. En sus años de historia ha destapado más de un escándalo: el más sonado fue el que hace ahora medio siglo obligó a dimitir al ministro de Defensa del canciller Konrad Adenauer, el bávaro Franz-Josef Strauss.

Fue un escándalo de repercusión internacional, sobre todo a raíz de la detención del director de la revista y la del autor del artículo en el que se señalaban las debilidades del eslabón alemán en la defensa de la OTAN, que se encontraba por cierto de vacaciones en España y a quien Strauss había acusado nada menos que de alta traición.

Ahora, Der Spiegel vuelve con otras revelaciones. Esta vez se trata de supuestos acuerdos secretos de armamento del Gobierno de Angela Merkel con países en zonas tan conflictivas como es el Oriente Medio.

El semanario habla de la «doctrina Merkel», según la cual Alemania se abstendría de enviar salvo en casos muy excepcionales a sus tropas a zonas de conflicto y supliría esa inacción, explicable por su aversión al militarismo, consecuencia de su vergonzosa historia, exportando armamento a esos países y capacitándolos así para que se ocupen de su propia seguridad.

Resulta que árabes e israelíes se pirrian, por así decir, por el material bélico «made in Germany», ya se trate de los famosos carros de combate Leopard, de los vehículos acorazados GTK Boxer, de los submarinos que tanto interesan a Israel y a Egipto, o de las armas antitanques «Panzerfaust», que en ese gran bazar hay para todas las necesidades.

La canciller insiste en que su política exterior estará en todo momento guiada por el respeto a la democracia y los derechos humanos, pero es difícil ver como se compadecen esos deseos piadosos con algunos de los compradores reales o potenciales de esas armas, que van desde Arabia Saudí o Qatar hasta Egipto, Argelia o Israel.

Algunos políticos veteranos como el ex canciller Helmut Schmidt desaprueban esta nueva doctrina del Gobierno de Berlín. El socialdemócrata, que en su día supo resistirse a los saudíes, que querían comprar a Alemania carros de combate «Leopard», con el argumento de que esas armas podía utilizarlas Riad contra la propia población, desaprueba igualmente las ventas de submarinos a un Estado judío que desafía impunemente al mundo con su política de asentamientos.

Pero la industria armamentista alemana presiona. Da trabajo a 80.000 personas y busca nuevos mercados cuando sus clientes tradicionales están en crisis y recortan sus presupuestos militares. Y esos mercados están lo mismo en el Magreb que en Oriente Medio, Suramérica o los países asiáticos: Singapur o Malasia, entre otros.

Alemania, todo hay que decirlo, no es en eso ninguna excepción. Sólo que hasta hace poco se había mostrado más contenida que otros en sus exportaciones de armas.

Por cierto que el próximo 10 de diciembre, la canciller alemana acudirá junto a sus colegas europeos a recoger el premio Nobel de la Paz concedido este año a los Veintisiete. Todo un símbolo.