La crítica estadounidense se ha enzarzado en una discusión sobre los valores literarios de la cuarta novela de Tom Wolfe, con un balance deprimente para el autor de Back to Blood. Desde esta aportación minúscula, el mosaico de Miami no raya a la altura de La hoguera de las vanidades, si bien cabe recordar que pocas ficciones del último cuarto de siglo pueden competir con la epopeya neoyorquina. Ahora bien, el resultado satisfará a los incondicionales del inventor del periodismo abstracto, que sigue afrontando la realidad como si nadie la hubiera contado antes.

Desde esta orilla, la novela de Wolfe ha de contemplarse como una gigantesca promoción idiomática, el único aspecto de la marca España que no ha sido torpedeado por el hundimiento económico. Antes de la oportuna traducción, Back to blood no podrá ser disfrutada por los lectores sin conocimiento del inglés, pero también plantea serias dificultades a quienes no posean algo más que nociones de castellano.

Más conservador que nunca, Wolfe pretende demostrar que el bloqueo de Cuba ha favorecido la conquista de Florida por los cubanos. Blancos, negros o incluso hispanos de diversa extracción -dominicanos- han sido aplastados por la pujanza de los disidentes del castrismo. Para confirmar el nacimiento de un nuevo imperio, el autor apela a exclamaciones como «¡maricones! La cólera de Dios!», con perdón y con términos castellanos en el original.

Los devotos de Wolfe, que coinciden con los amantes del gran periodismo, experimentarán la tentación de corregir que el autor norteamericano nunca escribió en inglés. Incorporó a sus reportajes y libros el lenguaje de las onomatopeyas y la epifanía de los signos de puntuación. De hecho, el comienzo de su última novela es más enrevesado que una página del Finnegans Wake joyceano.

El castellano enmarca la escritura de percusión que caracteriza a Wolfe, véase «como una perra sata rabiosa con la boca llena de espuma», de nuevo en la versión original. Exclamaciones como «¡Tremenda pareja que hacen, pendeja!» sintonizan con el idioma gutural al margen de toda expresión concreta, santo y seña del periodista.

El legendario Radical chic de Wolfe se titularía hoy Radical chico. El delirio romance del novelista asciende en ocasiones hasta el latín, con su mons pubis y su mons veneris. Cada vez más extremista, el creador de los amos del universo canta en el Regreso a la sangre la invasión de los bárbaros hispanohablantes, con la tristeza de quien no estará allí para narrarla.