No era Isabel la Católica la reina que me habían enseñado a mí de niño entre curas agustinos y profesores de bigotito negro, chaqueta blanca, camisa azul y cangrejo al pecho, que evocaban el lema «Por el imperio hacia Dios» y «De Isabel y Fernando el espíritu impera, moriremos besando la sagrada bandera». Aquella era una reina casi santa, callada, silenciosa. Aquí, en la tele, los guionistas de la exitosa serie televisiva de TVE la han redescubierto y nos la muestran como una mujer de armas tomar, guapa a rabiar (eso sí) y mandona como ella sola, capaz de poner firme a los conspiradores de palacio y a los desalmados aspirantes a prebendas y canonjías. En lo único que no han establecido diferencias de personalidad los guionistas y los historiadores franquistas es en lo pacata y reprimida sexualmente que, según cuentan, era en la realidad y lo es exactamente igual en la serie.

La asignatura, pieza maestra del adoctrinamiento infantil de la España imperial que tanto gustaba al dictador, a través de la cual nos metían en nuestras tiernas cabecitas las gloriosas epopeyas del país donde nunca se ponía el sol, era para nosotros un auténtico coñazo, plagado de arengas falangistas y chulescos recordatorios de la victoria en la Cruzada de Liberación Nacional.

En cuanto al Fernando V de Aragón, que nos vendieron en los libros azules del Movimiento, como el ejemplo perfecto de esposo devoto, cándido, fiel, compañero conyugal de las más trascendentales gestas históricas de la España que entre los dos crearon, ahora resulta que era un perla, que tenía amantes, que le gustaban a rabiar las tías y que se escapaba de casa en cuanto Isabel se descuidaba.

¡Qué difícil debe ser conocer y contar la realidad de la intrahistoria! Y qué fácil es asimilarla si te la sirven cocinada y con rico sabor. ¿Quiénes fueron realmente Isabel y Fernando, iniciadores de una unificación de pequeños reinos que determinó el imperio más grande de todos los tiempos? Arrojar de Granada los últimos vestigios de la cultura árabe, la más grande que pisara nunca las tierras hispanas, o invadir América para desgracia de razas y tribus, arrasadas por los conquistadores, ¿es el mérito y la grandeza proyectados por un reinado como el de Isabel y Fernando o quizá ellos no fueron conscientes más que de su empeño en fortalecer Castilla, bajo el genio, la templanza, el valor y la inteligencia de una mujer joven y hermosa, adelantada unos cuantos siglos a su tiempo?

Probablemente, el espíritu de Isabel no haya conseguido aún que la mujer española posea, en su mayoría, el temple y la pasión necesarias para las tareas políticas. Pero en los demás logros, pasados ya cinco siglos, las españolas no es que anden igual de espabiladas que los hombres, sino que nos ganan por goleada.

A pesar de las embestidas, la televisión de siempre mantiene el tono cuando los dejan trabajar. En fin, lo que quiero decir es que la serie «Isabel», de Televisión Española, me ha gustado bastante. Y quiero que sigan haciéndose capítulos. No somos tan malos cuando nos permiten no serlo. Que siga adelante el espíritu de Isabel.

[Rafael de Loma es periodista y escritor]