Al arquitecto italiano Borromini le llamaban sus contemporáneos del siglo XVII «tagliacantioni», es decir, «recorta esquinas», porque sus obras no tenían rincones, aristas, ángulos; consideraba el ángulo recto enemigo de la arquitectura. «La solución natural es la curva, presente en todo, en el razonamiento, en el universo, en la democracia y en la vida», mantenía Oscar Niemeyer, un arquitecto que nos ha legado obras como el Palacio de Alvorada, la catedral de Brasilia o el Congreso Nacional brasileño; edificios tan coherentes, rigurosos y bellos que son ejemplos del canon de la arquitectura del siglo veinte.

La figura de Niemeyer formó parte de la segunda generación de arquitectos del Movimiento Moderno, que trabajaron a partir de los postulados y enseñanzas de Le Corbusier pero contaminando sus postulados racionalistas con nuevas fórmulas basadas en lenguajes menos dogmáticos, introduciendo elementos estéticos locales como el color, la luz y una sensual imaginación en la que la curva encontraba su máxima expresión, con un gran realismo constructivo y estructural, sus obras provocaron un paso importante en la evolución de la arquitectura contemporánea. Oscar Niemeyer es el representante de un grupo de arquitectos de América Latina que posibilitaron la aparición de la arquitectura moderna en Iberoamérica con una vocación claramente transformadora de la sociedad.

En los años cuarenta, por encargo del alcalde de Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek, proyecta su primera obra maestra, el Casino de Pampulha todavía cercano a los principios de la planta libre de Le Corbusier pero apuntando a una idea sensual del espacio con un conjunto de rampas que recorren el edificio del interior al exterior y un uso del hormigón que le permitía usar formas flexibles y curvas. Cuando Kubitschek llega a la Presidencia de Brasil decide crear ex-novo Brasilia, ordenada urbanísticamente por Lucio Costa y en la que le encarga a Niemeyer construir los principales edificios administrativos e institucionales de la ciudad desde los palacios de Planalto, el Teatro Nacional, la Plaza de los Tres Poderes o la famosa Catedral de la capital. Es el momento de mayor proyección internacional del último superviviente de los grandes arquitectos del siglo XX: Mies van der Rohe, Aalto, Kahn.

Durante su exilio en Europa también produce obras magníficas como la sede del Partido Comunista en París, la matriz de la editorial Mondadori en Milán, una de sus obras predilectas, o el edificio del periódico L’Humanité también en Paris. Tras recibir el premio Pritzker continuó realizando obras de una calidad excepcional como el auditorio de Ibirapuera en Sao Paulo o el Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi en Rio de Janeiro con unos espacios llenos de rampas y curvas, deliciosamente trazadas, donde se representa lo más exuberante de su país natal.

Oscar Niemeyer consiguió reflejar y expresar los valores de un país: la imaginación, la belleza, la ambición, las ganas de vivir... Su obra combina el rigor de la estructura con la fluidez del espacio, consigue unos edificios profundamente sensuales, casi esculturales. La estructura en sus obras también es composición. Como dice Campo Baeza, el arquitecto brasileño fue capaz de atrapar la Belleza, consiguiendo unir con maestría la utilitas y la firmitas vitrubianas, preceptos presentes en las mejores arquitecturas.

La arquitectura de Niemeyer toma como modelo no sólo las lecciones del pasado, de la propia disciplina arquitectónica, también las formas de Picasso y de Arp, pero sobre todo su principal modelo es el cuerpo femenino y, como no, la Naturaleza con la que se relaciona con una enorme sensibilidad. Su arquitectura no se impone al territorio sino que parece germinar de él, creando un nuevo paisaje con una nueva presencia.

Niemeyer amaba más a la gente que a la arquitectura, sin embargo su compromiso con esta disciplina, el entusiasmo e intensidad con los que trabajaba, nos enseña que es necesario tener responsabilidad social y cultural para construir. No son necesarios más recursos. Como dice Mendes da Rocha, otro gran arquitecto brasileño: «Siete notas musicales para todas las sinfonías, veintiocho letras para todo lo que Shakespeare y Lorca escribieron. Para la arquitectura no hacen falta infinitos recursos. Lo bueno es contar con una gran visión sobre los deseos e ideales humanos. Eso es arquitectura, ésa es la arquitectura que nos interesa. Por necesidades y deseos humanos».

[Santiago Quesada es director de la Escuela de Arquitectura de Málaga]