Despertar es uno de los momentos duros del día. La placidez del sueño se rompe. Las horas en las que hemos estado ajenos a las preocupaciones, tensiones y exigencias del día a día se esfuman en un abrir y cerrar de ojos. O mejor dicho, en un abrir de ojos. Despertarse es dejar de ser un niño que vive en su propio mundo a empezar a experimentar la vida adulta, con todo lo bueno y malo que conlleva. Cada día. En cada despertar.

España empezó a despertar hace ya mucho, aunque como toda persona que llega de un sueño profundo, nos hayamos negado a levantarnos. Nos hemos atrincherado en una cama que ya se vuelve incómoda. El despertador no para de sonar y no podemos pararlo. La crisis nos ha quitado ese agradable sopor en el que estábamos, en ese sueño de abundancia ilimitada, de dinero para todo, de preocupaciones que ahora parecen tonterías y de optimismo ilimitado. Nos toca salir de la cama y empezar el día. Pero hay muchas formas de salir y parece que la nuestra es de bruces sobre el suelo frío.

Hemos empezado a abrir los ojos sobre nuestra realidad. Un país deprimido y saqueado por corruptos, pilluelos y mangantes, que ahora van llorando por las esquinas por los millones perdidos en lujos sin sentido, tan necesarios para pagar fianzas o favores. Esa ha sido una de las grandes pesadillas de un país que se ha encontrando con una clase política mediocre, que no supo ver ni intuir lo que nos venía encima. Que cuando se ha visto metido en esta espiral de crisis se ha escondido, se ha lanzado a criticar y lavarse las manos o actúa sin un plan claro, tocando todas las teclas a ver qué pasa.

De la noche a la mañana nos hemos dado cuenta de que no hay dinero, que nadie sabe dónde está y que eso significa bajar el nivel de vida. Magnífico. Hace seis años se anunciaban inversiones millonarias, había quien compraba y vendía solares y promociones con cifras de seis y siete ceros, la riqueza no tenía fin. Era mejor dejar de estudiar, aunque no se tuviera el Graduado Escolar, y ponerse a trabajar para ganar dinero. Un coche mejor, una casa mejor (o dos)... Nos vendieron un cuento interesado y nos lo creímos. Nadie dijo que no tendría final feliz y si alguien lo dijo, nadie le hizo caso.

Y ahora hemos despertado. Todavía no nos hemos quitado las legañas cuando nos hemos encontrado fuera del colchón y sin zapatillas pisando un suelo frío y duro. Cuando esté hecho el café y lo hayamos tomado, quizá nos despertemos lo suficiente para salir de esta, el problema es lo que dejaremos atrás y ya no recuperaremos, como quien intenta recordar un sueño bonito que se pierde en la memoria como si fuera arena entre los dedos.