Jean Claude Michéa lo cuenta en su libro La escuela de la ignorancia, texto que por cierto es preciso leer para entender lo que de verdad se juega en la reforma educativa del ministro Wert, y no los señuelos que nos ha lanzado, carnaza más bien insignificante, en la que incluso El País ha mordido el anzuelo. Lo que realmente está en juego es algo más profundo que dar clases en castellano en Cataluña o complacer a los obispos con la enseñanza de la religión, algo que, hasta donde se sabe, ha servido para hacer de este país el menos religioso de Europa. Lo que está en juego es qué hacer con masas sociales que ya son insignificantes y a las que no se les puede decir todavía que nadie espera nada de ellas antes de embrutecerlas lo suficiente como para que no les importe saberlo. Como suele pasar, es necesario acudir a la franqueza americana para entender todo esto de forma clara.

Recordemos la escena. Era el año 1995 y se reunía la Fundación Gorbachov en el hotel Fairmont de San Francisco. Allí estaba al parecer la elite mundial, más de quinientos líderes, políticos, capitanes de empresa. La URSS ya había sido desmantelada y nadie sabía lo que se inauguraba. Se preparaba un futuro que luego ha cristalizado en el ideario del Tea Party y en la avanzada del segundo gobierno Bush. La conclusión de la reunión, con la que operan las elites mundiales que gobiernan el presente, fue que el próximo siglo, el actual, sólo dos décimas partes de la población podrán atender las necesidades productivas de la humanidad y el funcionamiento de la economía mundial. La pregunta que se levantó en medio de la asamblea era inevitable. ¿Qué hacer con el 80% de la población restante? ¿Y cómo mantener la gobernabilidad de toda esa humanidad sobrante, despreciable? ¿Sobre qué interés común fundar su obediencia a un sistema que los condena a la indignidad? ¿Cómo educar a estas masas y para qué?

No estoy seguro de que esta perspectiva estuviera programada por la lógica que domina el presente. En todo caso es muy distinta de aquella que apareció unos años antes y que fue caracterizada como el final de la historia. Quizá la ilusión de los poderosos de la Tierra consista en que esperan que no pase nada, a pesar de esa multitud de seres humanos decepcionados, humillados, cada uno de los cuales viene al mundo con una promesa de felicidad de la que tendrán que ser despojados, perdida ya toda esperanza de cumplirla. Quizá ese sea el objetivo de la nueva educación. Michéa cuenta que, con el desparpajo y la brutalidad que constituye el síntoma de las decisiones existenciales profundas y determinantes, el consejero de seguridad de Bush padre, Zbigniew Brzezinski, con esa concisión propia de quien señala evidencias palmarias, tomó la palabra y dijo que para ese 80% de la población sobrante la única solución era «tittytaiment». Esta rara palabra no pudo ser inventada allí mismo, no fue la ocurrencia ocasional fruto de una inspiración instantánea. Sin duda, aquel fue el lugar adecuado para dejarla caer casi como una consigna. Y se dejó caer.

Tits, en el lenguaje coloquial, es una palabra bastante procaz que equivale a nuestra tetas. La segunda parte de la palabra invoca la industria del entertainment, la diversión o el espectáculo. Así que la oferta del consejero de seguridad del Gobierno republicano para el 80% de la población mundial era sencillamente «tetas y espectáculo». Es verdad que añadía un complemento a esa diversión embrutecedora, por cierto que completamente machista: comida barata. Dos mil años después, los líderes de la humanidad occidental vuelven a ofrecer al mundo aquel viejo panem et circenses. Esa agenda es la que está en camino. ¿O es que alguien cree que es un azar que Berlusconi regrese a la política? La capacidad pedagógica de Berlusconi, la eficacia educativa de sus empresas televisivas, es imprescindible porque nada hay como encargar la política imperial de masas a sus creadores, los descendientes de los antiguos romanos.

No. Berlusconi no regresa a la política sencillamente porque nunca se ha ido. Pero tampoco es un azar que, en el mismo programa televisivo en el que se nos presenta tan grata nueva, se nos exponga la situación de las movilizaciones de Cáritas, con miles de voluntarios, recogiendo alimentos y organizando sistemas de distribución y consumo para más de un millón de familias que no pueden hacer dos cosas a la vez: pagar las hipotecas y alimentarse. Comida barata y Berlusconi, punto por punto la solución del señor Brzezinski de 1995. Y mientras nos sentimos complacidos, al menos de que eso que se llama la sociedad civil se movilice e impida que la gente pase hambre, nuestro Estado se lava las manos, pone unos ladrillos en el muro de contención con las medidas contra los desahucios y se dispone para la nueva gran oleada privatizadora del patrimonio del país, malvendiendo hospitales y paradores.

Volvamos a la pregunta. ¿Qué educación necesitará una gente para la que toda previsión consiste en comida barata y entretenimiento embrutecedor? Nosotros también podemos ser concisos, como el señor Brzezinski y decir: un simulacro. Eso es Wert. La otra pregunta, la de fondo, podría ser ésta: ¿alguien cree que esto será una base suficiente de gobernación futura? Yo lo dudo. El mundo ha seguido andando desde 1995 y el discurso lacónico de Brzezinski tiene hoy algunas palabras más. Quizá sobre esos añadidos hable la semana próxima. Esta vez concluyo con una frase que se le escapó a Goethe en un día de debilidad, allá por 1794. Si él la tuvo, yo también me la voy a permitir. No es una ocurrencia, ni una profecía. Es el reencuentro con la potencia abierta de la historia, con el tiempo abismal. «Por desgracia en la mayoría de los casos hay que enmudecer, para no ser tenido por loco, como Casandra, cuando uno dice lo que se avecina».