Adelantas 15 minutos la hora de ir al trabajo y todo cambia: tropiezas a otros vecinos en el ascensor o a la puerta, por la calle te cruzas con un censo distinto de personas, abriendo interrogantes de parte y parte en las miradas o en el ver sin mirar, y descubres, entre ellas, algún hilo empático, esos pequeños amores a primera vista que no pasarán de ahí, pero ahí quedan para siempre. Cambian también los pájaros del cielo, que no son ya los que estaban en el paisaje implícito, al fondo del plano ante el que nos movemos, pues también ellos tienen horarios y costumbres. Son otros los ruidos de la calle, la densidad del ajetreo, la urgencia de los coches. Y, en fin, hay otra representación en el escenario del cerebro, y pillas a ideas fuera de hora. Hay modos sencillos de que todo sea nuevo, de sorprender a la cansina realidad para que a su vez ella renueve su capacidad de sorprendernos.