Puede que sea verdad aquello de que esta crisis es peor que cualquiera otra antes conocida, y también puede que tengan razón quienes dicen que el sistema ha muerto, que no hay posibilidad de recuperación, que habrá de nacer un nuevo orden con el que conducir el mundo de ahora en adelante, a pesar de que estemos gastando tanto tiempo y tanta energía en intentar reanimar un viejo modelo que ya no late.

Es más que posible que todo eso sea verdad, y cada día más datos parecen avalarlo, pero hay otra verdad irrefutable, y es que nunca pusimos la maquinaria en manos de peores operarios. Los actuales rectores de la vida política tienen probablemente el más bajo nivel que hemos conocido, la más alta mediocridad (si me permiten la figura), al menos en la historia reciente, y eso se refleja constantemente en cómo nos van las cosas y nos da una idea bastante fiable de cómo nos irán en el futuro si no hacemos algo y lo hacemos pronto.

Cuando las encuestas arrojan el indiscutible dato (y sin duda extrapolable al resto de jóvenes españoles) de que a los jóvenes andaluces les importa muy poco la política, hemos de tener la certeza de que a eso se ha llegado por carencia absoluta de motivación. ¿Quién querría ser Rajoy, o Rubalcaba, o Cayo Lara? ¿Qué chaval en edad de soñar tendría esa pesadilla?

Es posible que muchos jóvenes estadounidenses de los sesenta quisieran ser Kennedy, y he conocido a cientos que hubieran dado su mano derecha por ser el Ché Guevara (dejando a un lado todas las luces y las sombras del personaje, que las tiene) o Indira Gandhi, pero a los muy pocos que veo con la intención de seguir los pasos de nuestros actuales líderes políticos sólo les mueve la vulgar ambición de las prebendas, la confortabilidad del carguito, con una percepción de los partidos como empresas es las que es posible medrar, hacer carrera.

Lo que duele de esa encuesta no es que a los jóvenes no les interese la política, sino que no quieran cambiar el mundo, que hayan desistido antes siquiera de empezar. Si serán, si son ya, una generación perdida, es porque han renunciado al sueño de hacer un mundo de su talla, que se conformen con la porquería que nos ha salido a las generaciones que les hemos precedido.

Y lo más preocupante es que si, como se anuncia, el sistema ha muerto, no parece haber mucha gente dispuesta a asumir el trabajo de construir uno nuevo, y al final puede darse la paradoja de que le toque cambiar el mundo a la única generación que no ha tenido ningún interés en hacerlo.