Más grave incluso que la aparición en Europa de flujos de descohesión, que en lugar de reducir las desigualdades las aumentan, abriendo brechas incompatibles con la unidad política y económica, es la de una desafección generalizada, en el sentido preciso de pérdida de afecto. Dicho de otro modo, los europeos nos queremos cada vez menos entre nosotros, nos echamos la culpa unos a otros de lo que nos pasa, los países ricos hacen escarnio y menosprecio de los pobres, y los pobres incuban un rencor cada vez menos soterrado hacia los ricos, que pronto será odio, por escatimarles la ayuda o aprovecharse de ella para sojuzgarlos. No es que en el pasado hubiera amor del bueno entre europeos, pues la historia es la que es y pesa, pero al menos amábamos un proyecto de vida en común. Ahora, sin proyecto siquiera, la inquina, que es como la carcoma, primero nos comerá los muebles y luego la casa.