El tipo que inventó la bacteria debe de alucinar cuando se asoma al mundo (si se asoma, que lo tiene muy abandonado) y lo ve lleno de toda esa variedad de bichos o plantas descendientes de aquel microrganismo de una sola célula. Y el que lanzó el primer grumo de luz sobre las tinieblas no debe de salir de su asombro al ver ahora la cotización de Endesa o hidroeléctrica del Cantábrico en la Bolsa. Eso es evolucionar y lo demás son cuentos. ¿Pero qué cara pondría al ver una hipoteca basura el tipo que concedió el primer crédito de la historia? La misma, seguramente, que si el tipo que pronunció la primera palabra pudiera asomarse a una gramática, ese estanque donde nadan las conjunciones y las preposiciones y los adjetivos, en fin, toda esa variedad verbal construida desde entonces y donde hay que incluir asimismo las frases, las principales y las subordinadas, pero también las disyuntivas y las de relativo y las condicionales y las de carácter afirmativo o negativo.

Si levantara la cabeza ese tipo que soltó la primera metáfora, se moriría de nuevo al contemplar la cantidad de figuras retóricas nacidas de aquel germen. Por no hablar del que pronunció el primer discurso. ¿Qué es esto?, se preguntarían quienes hubieran acudido a escucharlo. Ni siquiera sabían que se llamaba discurso y que asistían a la inauguración de un género que haría por el sueño más que el somnífero más reputado. Ahora bien, el tipo ese que inventó el masculino y el femenino no tenía ni idea de la lucha de géneros que acababa de desatar, que ya está desatada, pues no hay día sin su correspondiente comunicado de guerra. Una parte de mí, sin ir más lejos, ya me está reprochando que venga atribuyendo la creación de todo, desde la bacteria a los géneros, a un tipo.

-Menciona de vez en cuando a una tipa, tío, que si las tipas no tienen visibilidad en la gramática tampoco la tendrán en la realidad.

Pues ahí va: esa tipa que inventó el gen de la humanidad, no saldría de su asombro al vernos viajar a 500 personas dentro de este avión, a 10.000 metros de altura y 700 quilómetros de velocidad. Es para no creérselo.