Como consecuencia de la grave crisis que estamos atravesando, hay una serie de comportamientos viciados que tendrán que ir en desuso e impregnándonos de conceptos como productividad, austeridad, competitividad y eficiencia, tanto en el ámbito público como en el privado.

Ser productivo no es sólo tener fábricas e industrias que generen productos a bajo coste que tengan cabida en el mercado, sino que cada uno de nosotros, en el ámbito que actuemos, aportemos algún valor añadido.

Las personas tenemos determinadas energías y talentos, disponemos de unos recursos materiales y naturales limitados, y, por ende, tenemos la obligación de canalizar nuestras energías colectivamente de la forma más eficiente, de poner nuestros talentos al servicio de la colectividad y de gestionar los recursos de la forma más equitativa y sin derroches.

La gran revolución pendiente es la del reparto equitativo de la riqueza y la generación de alegría y felicidad mediante la implantación de principios, valores y armonía.

Estoy convencido que las medidas que está tomando el Gobierno de Rajoy van por el buen camino, y que empezaremos a ver resultados en el año 2013. Nuestro problema es que tenemos que ser serios cumplidores y creíbles para que dejen de acosarnos los mercados. No somos libres porque debemos tres veces nuestro producto interior bruto. En cuanto volvamos a la senda del equilibrio presupuestario, vivamos conforme a nuestras posibilidades y la clase política se alinee junto a la sociedad civil, podremos presumir de nuevo de la gran nación que es España y la valía de los españoles. Tenemos que aprender a ser más equilibrados y no pasar de un extremo a otro. Lo único bueno de la crisis es que nos pone en nuestro sitio. Es fundamental que trabajemos para ser todos productivos, cumplidores de nuestras obligaciones.