En el apocalipsis más reciente que recuerdo, un profeta me anunciaba por la mañana que el universo se extinguiría al día siguiente, pero por la tarde sorprendí al agorero abasteciéndose en el supermercado. Además, la desolación ambiental se sumerge hoy a tal calado que el fin del mundo no es lo peor que podría pasarnos. Para Mariano Rajoy, por citar a una figura neutra, significaría un alivio más acusado que el descenso de la prima de riesgo. Y también salvaría la magullada reputación de Mourinho.

Los mayas, que ni siquiera son una agencia de calificación bursátil, nos sitúan ante la paradoja de que el mundo vaya a desaparecer antes de haber descubierto para qué sirve. Los más perspicaces ya habrán apuntado que el apocalipsis tuvo lugar en 2008, con la caída de la famosa banda Lehmayan Brothers. Vivimos sobre las cenizas de aquella deflagración, aunque afortunadamente somos tan egoístas que no podríamos percibir ni la desaparición de la realidad exterior.

Dado que me piden mi opinión, si creyera que el mundo se acaba, este artículo vendría lleno de faltas de ortografía. Claro que también puede ocurrir que me esté esmerando para presentarme con cierta solvencia gramatical ante el Juicio Final. El viernes 21-12-12, una invitación a los disparates numerológicos, se celebrará el primer apocalipsis retransmitido en directo, aunque con el chasco de que nunca se conocerán los índices de audiencia.

El Doctor Johnson nos recordaba que todos dormimos a pierna suelta si al día siguiente decapitan a nuestro vecino, pero nos quedamos en vela cuando nos van a amputar el meñique. El fin del mundo es la versión hard rock de esta comparación, porque van a extinguirse todos nuestros vecinos, y todos nuestros meñiques.

Se ve que el fin del mundo pondrá a prueba nuestras somnolientas convicciones filosóficas, porque el Doctor Johnson también dictaminó que nada aclara la mente de una persona como la conciencia de que va a ser ejecutada al día siguiente. Sin embargo, no he notado últimamente una lucidez sobrevenida entre mis contemporáneos, y no soy el más apropiado para juzgar la mía.

Sin mundo, «nunca» y «siempre» carecen de sentido. Tal vez nuestro escepticismo surja de la sospecha de que los banqueros sobrevivirán al nuevo fin del mundo, con la soltura y los sueldos que mantuvieron tras la caída de Lehmayan Brothers. En todo caso, cuida de que el apocalipsis te sorprenda en brazos de otra persona. O te arroje a ellos.