Primero tenemos los hechos, trágicos, inasumibles: casi treinta muertos, veinte de ellos niños, en una matanza perpetrada en una guardería en Connecticut. Tremendo. Se lanza el urgente; sólo el titular es de los que hacen que te detengas, que dejes de hacer cualquier cosa que estés haciendo. Van apareciendo detalles, elementos de las investigaciones preliminares€ Espera, hay que buscarle un sobrenombre al asesino; sí, como a los jugadores de fútbol. Adam Lanza, así, a secas, no vale; «el asesino de Newtown», mejor: es simple, efectivo, cabe en las siempre exigentes cajas de texto para los titulares€ A la espera de que se conozca más al individuo lo damos por bueno.

Habrá que hacer hemeroteca y buscar precedentes. Columbine, por supuesto. Podemos revisar Elephant, la película de Gus Van Sant; o el documental de Michael Moore Bowling for Columbine, sobre la necesidad de restringir el uso de armas en EEUU a partir de la tragedia del instituto. Este tipo de cosas gustan porque nos hacen creer que estos dramas tremendos con evitables. Entrevistemos a políticos y psicólogos, criminólogos y educadores, y todos esos profesionales cuyo trabajo es advertirnos de las desgracias una vez éstas se acaban de producir. Pero, ¿qué sería de nosotros, los seres humanos, si aceptáramos la inevitabilidad de tantas cosas, que dependen sólo de que un hijo de perra se levante una mañana con ganas de salir en las noticias? La gran mentira es creernos capaces de poder subvertir el timeline de nuestras vidas€ Me estoy despistando, y todavía hay mucho trabajo por hacer.

Hay que volver a Lanza. Hablar sobre las víctimas no se puede comparar con la eficacia de mostrar una imagen suya, sonriendo. Son niños. El asesino es más interesante. Es horrible, pero es así, y yo no lo voy a poder cambiar. Necesitamos saber qué le gustaba hacer al asesino en su tiempo libre. Sería un bicho raro, seguro. Es curioso: cuando un adulto comete una matanza, suele ser descrito como un tipo más o menos normal, más o menos callado, pero que no llamaba la atención; en cambio, cuando es un adolescente o joven el que perpetra el desastre, siempre es retratado como un freak, un raro. Dicen que Adam Lanza es autista. Toca saber qué libros leía, qué películas veía, qué música escuchaba€ Si le molaba Britney Spears o Michael Jackson no es significativo -a todo el mundo le gustan, ¿no?-, pero si gustaba de cositas alternativas, heavies€ No, mejor lo gótico, que es el nuevo heavy. Entonces, tendríamos que hablar con gente de tribus urbanas -consultar si no es demasiado demodé el concepto - para que nos digan que ellos se pintan la cara o escuchan ruido puro pero no sienten la necesidad de matar niños. Volver a llamar al psicólogo de antes para que nos lo reafirme.

Luego, cómo no, el debate social: armas sí, armas no. Manda a unos cuantos reporteros a la calle a preguntar a la gente común y corriente. Hoy dirán que es una barbaridad la facilidad con la que se compran armas en EEUU; otro día, cuando les preguntemos sobre el terrorismo o los violadores, dirán que habría que matarlos a todos -frases que se quedan en la sala de edición, claro-. ¿Y los políticos? Esto es un drama humano, así que no importan, sólo si lloran, como la ministra italiana al presentar el programa de recortes económicos. Es la única forma que tienen de hacerse un hueco en este tipo de noticias. Y lo saben. Qué listos. Bueno, ¿Qué más tenemos? Ah, sí, que tenemos que buscar una banda sonora para el reportaje. ¿Piano sentimental, BSO inquietante, Nyman€?