Sonroja que el debate sobre el modelo educativo de España se centre en que el texto del toro Wert incluya, según unos, un agresión sin igual al sistema de inmersión lingüística vigente en Cataluña o que contemple importantes concesiones a planteamientos pasados, según otros, de la Iglesia católica en materia educativa. Si este es el debate y no por qué España figura siempre en el furgón de cola de todos los informes y análisis de evaluaciones de los sistemas educativos mundiales, no habremos aprendido nada. La reforma educativa que plantea el gobierno de Mariano Rajoy será la decimotercera del sistema educativo español. Desde 1980 se han aprobado en España 12 leyes orgánicas sobre educación, incluida la LGE de 1970 que reguló todo el sistema educativo y se aplicó hasta comienzos de los 80. Siete han legislado la enseñanza obligatoria y cinco de ellas se hicieron para reformarla; cuatro han regulado los estudios universitarios, y una, la Formación Profesional. Es decir, en treinta años los gobiernos del PP y del PSOE han experimentado con la educación sin dar con la tecla adecuada que evite titulares como los de esta semana que decían que los alumnos españoles de 9 y 10 años no saben leer y, lo que es peor, que no comprenden lo que leen. Por no incidir en los resultados de ciencias y matemáticas. En el conjunto del último informe de la OCDE España puede alardear de superar a países como Georgia, Malta, Trinidad y Tobago, Azerbaiyán, Irán o Indonesia, por citar algunos con los que nos codeamos en los últimos puestos del informe europeo sobre la excelencia educativa. Pero esto parece que da igual. Los que les pone es reformar por decreto la educación con claros componentes ideológicos y, desde la oposición, censurar estos cambios con argumentos aún más ideologizados.

Sonroja, y mucho, que el PP y PSOE sigan usando la educación como una arma política y que el debate sobre la enésima reforma educativa se centre en el catalán, en la supresión de la asignatura Educación para la Ciudadanía y que la materia de Religión, ahora optativa, tenga una alternativa evaluable. Es tan pobre esta discusión como las miras de los partidos políticos, que hábilmente focalizan la atención de la reforma en cuestiones secundarias para ocultar su fracaso para dotar a España de un modelo educativo de calidad, de excelencia y con permanencia en el tiempo, pues no hay nada más productivo a medio y largo plazo para un país que invertir en educación. Hace unos meses se publicó un estudio por la Fundación del BBVA que concluía que la rentabilidad de la inversión en educación es del 7% frente al 4% de media de la Bolsa. Pero además de este criterio puramente económico, la educación no se puede cambiar por decreto. No. Una ley puede cambiar, modificar algunos aspectos menores como la edad de escolarización, el currículum básico..., pero le resulta imposible, como se ha comprobado con las doce leyes anteriores, modificar aspectos esenciales como la formación de los docentes, su metodología de trabajo, la actitud y sus aptitudes hacia su labor docente. Esto es fruto del debate, del consenso, de contar con la comunidad educativa...

Sonroja que el debate no se centre en cómo mejorar y ampliar la formación de los docentes; cómo mantener en niveles bajos la ratio profesor-alumno; cómo lograr plantillas cohesionadas y estables en los centros; cómo lograr dotar de medios y de autonomía a los centros; cómo superar la desconfianza en los propios centros educativos al querer aplicar reválidas externas; cómo evitar las desigualdades entre centros al primar con inversiones al que obtiene más éxito; cómo combatir el fracaso escolar; qué hacer con los alumnos más aventajados...; en definitiva, cómo mejorar un sistema educativo que hace aguas tanto por la falta de un modelo claro, como por la falta de financiación o por la desmotivación de profesores y alumnos que ven como las reglas del juego cambian cada cuatro al capricho del gobierno de turno.

Sonroja además saber que cuando llegue el PSOE al gobierno volverá a reformar el sistema educativo por decreto, pues los partidos políticos sólo piensan en los resultados a corto plazo y ninguno está dispuesto a firmar un pacto educativo que consolide un modelo, que marque una línea de trabajo para docentes y alumnos que eviten que en este país exista una mala educación. Pero, claro, este camino es más largo, más caro y lleva implícito la renuncia a meter cuñas ideológicas. Es de muy mala educación jugar con la educación. Y esto a muchos nos sonroja.