Definitivamente me he hecho mayor y ya no entiendo nada. Veía el otro día en la tele un reportaje sobre los dickstroyers, un grupo de jóvenes que se dedican a autolesionarse o a zurrar a otros con su consentimiento, eso sí, y que luego suben a internet los vídeos. Pues, por lo visto, están arrasando. En una de las grabaciones aparece uno de los chavales, simpaticón él, clavándose un clavo en un testículo mientras sus compañeros se parten de risa. Los puedes ver explotándose petardos en los genitales, disparándose pelotas de paintball desnudos o dejándose arrastrar por un coche. Pero lo que podría parecer un grupo de descerebrados haciendo el tonto, se ha convertido, por efecto de internet, en un fenómeno de masas con miles de seguidores que acuden como moscas a las «quedadas» que se organizan por toda España y que se ofrecen como víctimas de los golpes con tal de conocer a «las estrellas» y de salir en youtube.

Aún no me he recuperado del shock al ver un vídeo grabado este mismo mes en Santander en el que aparece una chica de 15 o 16 años recibiendo voluntariamente una patada en la cabeza propinada por uno de sus ídolos que la tumba como si fuera un pelele. No fue la única que, en esa misma reunión, a pleno día y junto a un centro comercial, recibió patadas tanto en la cabeza como en los testículos en el caso de muchos chicos, entre las risas y los aplausos de un centenar de espectadores que animaban el cotarro. Una de las crías, antes de desplomarse por la patada, saluda a su mamá frente a la cámara. Una lástima de criatura.

Ante lo impactante de las imágenes, una cadena de televisión ha puesto el caso en conocimiento de la Fiscalía de Menores, lo que ha provocado un reguero de críticas en las redes sociales de los fans de estos alelados que incluso se autodefinen como profesionales. De qué, ni idea. Van por ahí firmando autógrafos y les sigue un aluvión de adolescentes que jalea cualquiera de las locuras que se les ocurren. Mi madre, después de ver el otro día la noticia en la tele, comentó que a estos lo que les hacía falta era una buena mili mientras mi hijo confesaba que había visto algunos de los vídeos de esta panda de pirados y que, al parecer, son famosos. Yo no entiendo nada. ¿Todo vale por un minuto de gloria? Por no hablar de sus fans que se ofrecen como víctimas, riéndose, encima, para presumir luego de haber conocido al patán mayor del reino. No sé. Algo debemos estar haciendo muy mal cuando miles de chicos y chicas de nuestro país tienen como ídolos a media docena de insensatos que están como regaderas y que un día van a provocar una tragedia con sus jueguecitos.