Frente a la matanza de Connecticut, podemos tirar de archivo y decir (y decirnos) lo de siempre, o podemos leer Tenemos que hablar de Kevin, la novela de Lionel Shriver, luego llevada al cine por Lynne Ramsay. No vi la película porque me pareció imposible que se acercara siquiera a la intensidad de la novela, cuya lectura me produjo fiebre. He hablado desde entonces con mucha gente que no la ha leído.

-¿Pero cómo has logrado no leerla? -pregunto.

Y nadie me da una respuesta suficientemente aclaratoria. Creía que se trataba de un best-seller, dicen estos. Me ponen mal cuerpo esas historias, dicen aquellos. No caí en que convenía leerla, añaden los de más allá. Estoy hablando de gente que habitualmente lee, que es como hablar de huevos fritos con trufa entre gente que habitualmente come. Bueno, quizá exagero, la trufa está muy cara. Tenemos que hablar de Kevin, en cambio, lleva años en edición de bolsillo, a dos duros, como el que dice. Resulta un misterio que la gente que lee siga sin leerla. Quizá, si es su caso, haya llegado el momento. Aparque, pues, todas las informaciones sobre la masacre actual, reiníciese para evitar que salgan por su boca las frases de siempre, acérquese a una librería y llévese a casa, temblando de emoción, la condenada novela.

Punto.

No diré nada más sobre ella, y eso en el caso de que se me haya escapado algo -aparte de su título- que espero que no. En cuanto a lo de la fiebre, es normal en toda la literatura de alto voltaje. Un día, en un taller literario, me preguntaron qué rayos le ocurría a una novela que habíamos leído colectivamente y a la que era obvio que le pasaba algo:

-Que no provoca fiebre -respondí a los alumnos.

-Tampoco me dio fiebre Madame Bovary -adujo un chico que sufría de literalidad y que abandonó el curso dos días después.

En fin, que a lo más que puede usted aspirar leyendo las noticias relacionadas con el crimen del ya famoso Adam Lanza, es a un ataque de sentimentalismo prefabricado. Pero un suceso de este calibre está pidiendo 40 grados de temperatura. Sea usted consecuente.