S ólo una parte de los estadounidenses comparte la pasión por las armas pero es suficiente para que se detecte en ello una patología que afecta al país. La pasión por las armas está muy cultivada por el lobby armamentístico y por el discurso de que el país se fundó sobre la libertad armada y el derecho a la autodefensa, como si los demás países se hubieran forjado sobre la sonrisa de los bebés, el afán de concordia y el discurso de la paz mundial de una «miss».

Si Estados Unidos nunca deja de sorprendernos es porque, aquí, no es frecuente que las profesoras de primaria tengan en casa un par de pistolas y un rifle de asalto y enseñen a sus hijos a usarlas. Pese a las muchas armas de fuego (89 por cada 100 habitantes), los estadounidenses no sólo mueren a tiros. Podríamos decir que hay pocos muertos para tantas armas si no fuera porque uno solo ya es terrible.

Los padres enseñan a disparar a sus hijos por si se ven envueltos en un tiroteo una vez en la vida pero no les enseñan a cocinar, algo muy útil para comer tres veces al día todos los días de su vida. De ahí que la gastronomía estadounidense tenga tan poco prestigio y su dieta tan mala fama. EE.UU. encabeza la lista de países con personas que padecen obesidad mórbida, que ocasiona alrededor de 300.000 muertes al año. Cada año en Estados Unidos, según datos de investigaciones que el lobby armamentístico, más de 100.000 personas sufren una herida de bala; más de 31.000 mueren, 12.000 de ellas asesinadas (el resto son suicidios).

En promedio, 268 personas son víctimas de armas de fuego (entre muertos y heridos), cada día en EE.UU. según estadísticas oficiales. Unos datos y otros por ahí se andan. Se matarían dos pájaros de un tiro y se salvarían muchas vidas humanas si los padres estadounidenses enseñaran a sus hijos a comer en lugar de a disparar.