Cabe la posibilidad de que este artículo no sea leído por nadie. Como sabrán, hoy es 21 de diciembre de 2012. Así que aprovecharé para decir sin tapujos todo lo que pienso sobre nuestra especie, aunque el mensaje quede fulminado por una gran bola de fuego junto al resto del planeta antes de que alguien pueda leerlo. El apocalipsis me brinda la oportunidad de saltarme todos los protocolos y eufemismos con los que habitualmente describimos la realidad que nos ha tocado vivir. No pienso usar términos como «reforma» cuando lo que se pretende es esquivar el uso de la palabra «recorte». Y tampoco haré alusión al «copago» porque los españoles pagamos mensualmente nuestra educación y sanidad. Los circunloquios a evitar - «desaceleración», «crecimiento negativo», «sintonía de precios», «consolidación fiscal», «auxilio financiero»- son tantos como políticos hay en este país. Y sobran. Sobre todo porque sin muchos de ellos -ahora me refiero a los rodeos y maquillajes lingüísticos- la vida sería más fácil y la realidad más comprensible. También sobran políticos, por supuesto. Y no uno ni dos, sino todos aquellos que no son capaces de reconocer su ridícula preparación para el cargo que desempeñan o su incapacidad para hacer frente a la labor para la que han sido encomendados con nuestro voto.

El fin del mundo llegó ya hace tiempo y se ha convertido, muy a nuestro pesar, en un vecino más. El cataclismo está demostrado en nuestro día a día: hay bancos que ofrecen créditos online al 17 por ciento de interés y empresarios que creen que el despido es la mejor opción para reflotar su actividad. Las señales para detectar lo que hoy ocurrirá, según los mayas y otros oráculos, han sido muchas: José Ignacio Wert, la primera. En todos los ámbitos han ocurrido cosas que presagiaban la anunciada hecatombe. Deportes: Sergio Ramos hablando un idioma indescifrable. Música: el Gangnam Style de Psy convertido en banda sonora intercontinental. Sociedad: Tita Cervera asegurando que no tiene cash y don Juan Carlos I pidiendo perdón. Televisión: Mariló Montero quejándose de lo poco que cobra... «Oh! Mama! Esto puede ser el fin...», que decía Kiko Veneno en su traducción a Dylan.

En Málaga, las señales sobre nuestra desaparición también han sido abundantes. Las grietas en la cubierta de la Catedral; el gran incendio en verano, la tromba de agua del pasado noviembre y los fantasmas del Astoria son, posiblemente, las más evidentes. Francisco de la Torre, que lleva tiempo intentado que los malagueños no nos dejemos llevar por el miedo a la extinción, quiso llenar Tabacalera con los mejores diamantes del mundo para distraer nuestra atención y convencernos de que un mañana es posible. Estoy seguro de que habrá un 22 de diciembre de 2012. Así que pasen ustedes hoy un feliz fin del mundo y recuerden que en menos de 24 horas les puede tocar la lotería o encontrar un trabajo. Tiene tantas posibilidades de que una de estas dos cosas le ocurra como de que un político haga algo en su beneficio.