Hoy les presentamos al único ejemplar superviviente de una especie que antaño se enseñoreó de calles y plazas. Con ustedes, el último consumidor. Como su propio nombre indica, se llama Fortunato Dotrén. -Una de callos, bien picantes. Y que beban los señores.

En efecto, su conspicua glotonería nos devuelve a la repugnancia del canibalismo. Parece imposible que hayamos evolucionado hacia la austeridad actual, desde seres cuya avidez por gastar no conocía límites. Según pueden comprobar, el último consumidor es un auténtico monstruo, equivale a toparse con un neandertal en medio de la ciudad.

-No, ése no, el más grande.

Su lenguaje desacomplejado produce auténticas náuseas. Habría que perseguirlo por las escasas tiendas que van quedando abiertas, cazarlo a lazo y enjaularlo. Es el eslabón perdido, un objeto de culto. Sin embargo, no cabe menospreciar su ofensiva grosería, porque es tremendamente contagioso. Bastaba con instruir a unos pocos consumidores, y arrastraban a multitudes ebrias.

-¿Made in China? Pues que lo compren los chinos. A mí dame un Made in Germany, que hemos venido a presumir.

Su bienestar inconsciente me molesta más que su voracidad compradora. Los mandamientos de la crisis no han hecho mella en su conducta. Si no estuviera prevenido contra sus malas artes, el último consumidor me obligaría a replantearme la depresión que nos inunda.

-Ponme dos bolsos iguales, no quiero que mi esposa se sienta menos importante que mi amante.

Y el último consumidor sigue comprando compulsivamente, sin dar tiempo a empaquetarle los objetos que nunca pensó que fuera a necesitar.

-¿Pero aquél no es más caro? Pues ése quiero.

Hay algo indescriptible en su desparpajo, debe ser lo que antes llamaban felicidad.

-Toma, la propina, que estos billetes de sólo diez euros deforman los bolsillos.