La mayoría de las veces las cosas van bien hasta que, de repente, por lo que sea, una pregunta se instala incómodamente en tu cabeza. A partir de ahí, de ese momento de aburrimiento cercenado por un interrogante casi siempre banal, todo cuesta abajo y sin frenos. A ver... Estaba el otro día haciendo cola para comprar un pollo asado. La idea no era sólo buscar el condumio; también se trataba de apoyar una campaña de Los Ángeles de la Noche: podías aportar seis euros en el establecimiento, dinero que ellos transformarían en una calentita cena de Nochebuena para todos aquellos que no tienen cobijo ni nada que llevarse a la boca. Mientras aguardaba mi turno repasaba la iniciativa€ Y ahí me dio por pensar en el nombre de la asociación benéfica, Los Ángeles de la Noche. Qué buena labor hacen pero tienen nombre de grupo de jevi de los ochenta (Mi estúpida ocurrencia provoca mi risa interior). Yo me lo cambiaría si fuera ellos. ¿Qué me pondría? Pues ni idea, la verdad. El aburrimiento€ Me tocaba ya. «Sí, un pollo asado con patatas fritas, y una cena para Los Ángeles de la Noche». Mientras la señora me preparaba la comanda, sacó un cuaderno y me preguntó: «¿A nombre de quién pongo la cena?». Instintivamente dije mi nombre, pero pensé para mis adentros: «¿Para qué narices necesitan mi nombre?».

Y así iba ya, de camino a casa con el almuerzo listo, pensando y pensando, llegando a molestas conclusiones. ¿Y si querían saber mi nombre para decírselo al señor sin nada que llevarse a la boca? Me lo imaginaba: «Pues aquí tienes, Manolo. Un pollo asadito bien rico cortesía de Víctor». Uf, me sentía fatal. Me sentía como un benefactor. Contacté con Los Ángeles de la Noche para saber si era el procedimiento correcto; me respondieron que sí y me preguntaron si es que necesitaba «un recibo» o algo. Ay, la cosa se ponía aún peor: esta buena gente va a pensar que soy un miserable pidiendo el ticket de una buena obra; seguro que estarían diciéndose: «Leñe, ¡éste ya está convencido de que el asunto desgrava!».

Para tranquilizarme me daba por el típico consuelo en estos casos: da igual la imagen, lo que se proyecte de la situación, lo importante es que alguien va a comer en condiciones al menos una noche€ Ya, cierto, pero, ¿por qué me he decidido a participar en la campaña de Los Ángeles de la Noche precisamente ahora que es Navidad? Si trabajan todo el año, ¿por qué no lo he hecho antes? La campaña de los asadores sólo se celebra estos días, no el resto de meses, todo hay que decirlo. ¿Argumento o excusa? Porque también podría cooperar en cualquier otra fecha entregando alimentos propios o colaborando para que los voluntarios de la asociación hagan bocadillos. Entonces, la cosa: Si yo voy de que paso de la religión, de las fiestas navideñas, de los villancicos y del ho ho ho€ ¿Por qué entonces colaborar hoy, en diciembre? No sé. Lo que es seguro es que se me está atragantando el día, muchísimo, y la idea, al salir de casa, era precisamente la contraria: buscarme condumio rápido y ayudar a alguien sin posibilidades.

Desde Los Ángeles de la Noche me invitan a que pase por la cena que han organizado gracias a los voluntarios y gente que ha ayudado con sus euros. ¿Qué hago? ¿Voy, no voy? ¿Y si me reconocen los del asador y dicen al hombre que está comiendo el pollo que yo pagué: «Mire, ¡éste es Víctor!». Qué vergüenza. Mejor voy y digo que no es mi intención fardar de benefactor, que odio la palabra donativo... Uf, tengo que dejar de pensar en esto.