Ser feliz se ha puesto muy caro. Cada día es un disparo al corazón y el futuro se ha convertido en un juguete estropeado al que le damos vueltas, sin encontrar la manera de repararlo, en medio del laberinto en el que nos movemos con pasos desorientados. Casi todos miramos los horizontes perdidos, los conquistados en el pasado y los que esperábamos tocar con la punta de nuestro esfuerzo, mientras nos obligan a seguir en fila india la música triste de la flauta con la que la economía Hamelin nos aleja de la vida que hemos conocido. Esta situación, que se oscurecerá aún más con la subida del recibo de la luz en enero y los nuevos recortes que ya tiene planeado el Gobierno, excepto para las grandes fortunas españolas que son un 8,4% más ricas que hace un año, nos hará ver mañana con otros ojos la habitual película navideña ¡Que bello es vivir! de Frank Capra. El director cuyo cine defendió la bondad, la humildad, la solidaridad, que los placeres de la vida están en las cosas sencillas y a luchar por la justicia.

Mañana, más que nunca, desearemos tener a nuestras espaldas a Clarence, el ángel de la guarda de segunda clase que tendrá que ganarse sus alas salvándonos del vértigo de la desesperación. También deberíamos darnos cuenta de que casi todos somos Juan Nadie, hombres sencillos, anónimos, víctimas de la locura del dólar y de la estrategia estrictamente confidencial con la que el Gobierno nos expropia el trabajo, la casa, la alegría, la identidad. Volver a revisar la filmografía de Capra es vital para que seamos conscientes de que es urgente que nos transformemos en el heroico caballero sin espada que se enfrenta a los bancos, a las grandes empresas y oligopolios capaces de gobernar un Estado, al margen de las verdaderas necesidades del pueblo. Incluso de sacarle los colores a políticos como Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, que ha demostrado su prepotencia y su auténtico talante democrático al afirmar que bienvenida sea la dimisión de los 118 equipos directivos de los 27 centros de salud que serán privatizados. La chulería de González la avala posiblemente el que los sublevados sólo representan una parte. La otra mitad de los cargos ha preferido callar y mirar para otro lado. Un ejemplo de la insolidaridad y del error de no mojarse a cambio de mantener una falsa seguridad sujeta a la sumisión. Está visto que demasiada gente sólo piensa en salvarse a sí mismo, cuando en realidad a ellos les tocará mañana.

Estos días de tregua blanca son ideales para abrir las ventanas y que el aire limpie y serene nuestros hogares. Lo son también para reflexionar sobre la filosofía del cine de Frank Capra y hacer realidad los valores que nos mostró. Los mismos de los que nos hemos reído tantas veces, calificándolos de propaganda azucarada, de utópicos finales felices, aceptable únicamente en Nochebuena y Navidad. Los mismos que ahora, cuando el brillo del dinero ha terminado por lastimarnos y es más evidente que el éxito de unos pocos se obtiene a costa de la ruina de muchos, echamos de menos en las oficinas donde gotea el silencio; en las empresas rentables que aprovechan la situación para cambiar capital humano por más beneficios; en el obsesivo monólogo interior de Rajoy, más preocupado de gobernar para los mercados y la banca que de gestionar soluciones sociales; en las calles donde muchas personas caminan cabizbajas, invisibles para la multitud, porque en sus hombres soportan el peso de la derrota y la incertidumbre. A pesar de este clima dickensiano y la extendida política del avestruz, algunas personas sí que han empezado a recuperar el espíritu Capra. En un pueblo de la serranía de Ronda, los ciento veinte alumnos de un instituto suspenden a propósito en ortografía para cumplir el castigo, ideado por su profesor Javier López, de donar alimentos, a los más necesitados de la zona, por cada falta cometida. La ausencia de tildes, de h intercalada o la ene en lugar de la eme antes de los fonemas b y p se han convertido en arroz, lentejas, habichuelas, garbanzos y otros productos que han alcanzado los quinientos kilos de solidaridad.

Tampoco estaría mal volver a ver Vive como quieres, la estupenda historia de la familia Sycamore en la que cada miembro se dedica con pasión a hacer lo que más le gusta, sin pensar en el triunfo ni en el dinero, procurando de paso la felicidad de los demás, y que son detenidos -acusados de anarquistas- por ser lo contrario a una ideología que promueve la competencia, la rivalidad, el materialismo. Tal vez, al verla de nuevo, se nos despierte la obligación de ser leales a nuestra conciencia. La certeza de que se puede vivir sin muchas de las cosas que la publicidad nos ha hecho considerar imprescindibles.

Mañana es un buen día para empezar a mejorar como personas. Cambiemos el miedo por esperanza, la vanidad por sencillez. No dejemos que frente al dolor nadie esté solo. Reivindiquemos que el conocimiento y el talento no tengan que emigrar. Recuperemos el olor de la ternura en las manos de nuestros padres para recordarlos o quererlos más. Enseñemos a los hijos a poner sus sueños de punta en blanco y a pelear por ellos. No permitamos que nos tomen por tontos y nos engañen y atemoricen. Defendamos la necesidad de la cultura como alimento del alma y de la mente. Pensemos con libertad y luchemos por mantenerla. Volvamos a creer que cada uno es un millonario de ilusiones, que siempre hay un faro entre la niebla, que la honestidad y los principios pueden ganar contra todo pronóstico. Seamos capaces de, al menos, hacer realidad el milagro por un día. El secreto de vivir reside en saber gestionar los problemas y la felicidad con una actitud valiente, positiva, emprendedora y generosa. Nos lo enseñó Capra. A nosotros nos lo debemos. No hay mejor regalo navideño.