Algo hemos ganado. A estas alturas del año, el buzón del correo se llenaba de felicitaciones navideñas procedentes de tiendas que ni saben quién eres, ni tienen ningún interés en averiguarlo. Felicitar así, a voleo, con el propósito de ganar clientes debe ser una asignatura obligatoria en las escuelas de márketing pero maldito sea el beneficio que supone a los felicitados. El espíritu de la alegría porque sí y la felicidad a plazo fijo quedaba anticipada por el abuso en las luminarias de las calles, sometidas desde principios de diciembre a una decoración tirando a absurda que no se desmontaba hasta finales de enero. Los ayuntamientos siguen creyendo que su deber es montar guirnaldas de luz y no limpiar las calles, ordenar el tráfico, administrar bien y garantizar el orden público pero, al menos, las luces son este año mortecinas y como vergonzantes, de la mano de las alegrías que se desprenden sin más que contemplar el ceño del señor Rajoy. Felicidades. Díganselo a los enfermos que habrán de pagar las medicinas -¡incluso en los hospitales!- a los parados que no encuentran un trabajo ni de los que antes se llamaban basura, a los jóvenes que comienzan a pensar que no lo tendrán jamás,. Desear felicidad en esas condiciones viene a ser como un insulto pero en ésas estamos. En la carrera acelerada hacia la quiebra en la que nos han metido quienes decían que iban a arreglar todo sólo queda felicidad para quienes aún viven en la Arcadia anterior. Como los responsables de Bankia, que van y dicen ahora que aprobaron las cuentas para sacarse el muerto de encima. Lo que no dicen es que luego pusieron la mano que no habían metida antes en la hucha. Más de lo mismo. Resulta difícil entender que esos mismos y sus compadres se atrevan a desearnos felicidad al resto. Ni siquiera hay sitio para la tranquilidad de conciencia que llegaría si quienes son los responsables de lo que está sucediendo estuviesen en la cárcel. Las navidades del año del Señor de 2012 no pueden reclamar felicidad ni siquiera a título de mantra ridículo. No cuela. Mejor harían los ayuntamientos en quitar los adornos de las luces o, al menos, componer con ellos un mensaje diferente. Pero, cuidado, a lo mejor lo que nos sucede es culpa nuestra porque ni siquiera sabemos ser felices. Que se jodan, nos dijo hace poco Andrea Fabra, diputada de muy feliz familia; que nos jodamos todos si no sabemos divertirnos. Qué raros somos, ¿no?, si ni siquiera nos ponemos contentos cuando es reglamentario.