Lo cuenta el semanario británico «The Economist» en un cuadernillo especial dedicado al alarmante aumento de la obesidad en todo el mundo, incluidos los llamados países emergentes, nuevo blanco de las multinacionales de los refrescos y la comida barata. La presidenta de la compañía norteamericana PepsiCo, Indra Nooyi, se propuso hacer un gesto hacia quienes reclaman de esa industria productos más saludables y contrató a un funcionario que había trabajado en la Organización Mundial de la Salud para que viese la forma de reducir la sal, las grasas saturadas y el azúcar en sus productos.

Hace dos años, la compañía se abstuvo incluso de anunciar sus productos azucarados durante la llamada Superbowl (la final del campeonato profesional de fútbol americano) , uno de los grandes eventos más ambicionados por los grandes anunciantes ya que lo ven millones de personas no sólo en Estados Unidos). Optó en su lugar por una campaña a favor de ciertas causas sociales. Se trataba de mejorar la imagen de la compañía.

Sin embargo, Nooyi ha tenido que rectificar después de que los accionistas se rebelaran y reclamaran el pleno apoyo de la dirección a sus productos, fueran o no saludables. Lo único que les importaban eran los beneficios. Así que la presidenta, de origen indio, no tuvo más remedio que dar una entrevista por TV para proclamar su gran afición al fútbol americano y explicar que no es posible ver un partido de ese deporte sin llevarse a la boca «Doritos, Pepsi y Lay´s».

Esta anécdota, que cuenta un semanario nada sospechoso de ideas izquierdistas, resulta muy ilustrativa por cierto de lo que hay que esperar del paso a manos privadas de la sanidad, eso que con tanto ahínco defienden nuestros ultraliberales.

Pero volviendo a la obesidad, el tema del cuadernillo en cuestión, está cada vez más claro, a la vista de lo que ocurre en todo el mundo, que los Estados tendrán que tomar medidas cuanto antes si quieren prevenir una catástrofe que va a someter a tensiones insoportables todos los sistemas de salud, ya sean públicos o privados.

Las empresas difícilmente van a cambiar de comportamiento a menos que los gobiernos las obliguen a ello. Lo demuestra el caso de PepsiCo. No pueden perder nunca de vista el interés de los accionistas, que quieren siempre rentabilidad inmediata.

Y los políticos, incluso los mejor intencionados, lo tienen a su vez difícil ya que hay mucho, muchísimo dinero por medio, dinero con el que se financian poderosas campañas de cabildeo y presión sobre gobiernos, instituciones internacionales e incluso organismos científicos.

Algunos gobiernos han ensayado mientras tanto distintas tácticas, de las que algunas pueden parecernos un pelín ridículas. Así, según cuenta la revista, en Japón, los empresarios están obligados a proporcionar a las autoridades el perímetro abdominal de todos sus trabajadores de entre 40 a 74 años y si no lo hacen, se exponen a multas.

A su vez, en Nueva York, su alcalde, el popular Michael Bloomberg, decidió prohibir la venta de bebidas gaseosas en recipientes gigantes como los que tanto gustan a muchos consumir en los cines. Otros han intentado aumentar los impuestos que gravan esas medidas pero sin demasiado éxito ante las campañas en contra de la industria.

Todos los expertos coinciden, sin embargo, en que lo importante es cambiar los hábitos alimentarios desde la infancia, tanto en la familia como en la escuela. Así, por ejemplo, en Brasil, al menos un 70 por ciento de los alimentos que integran el menú escolar tienen que ser frescos o apenas procesados. Es al menos un buen comienzo.