Escribía hace doce meses que la última semana del año, para los malagueños, queda enmarcada por las subidas, ajustes y proyectos recaudatorios que nuestras administraciones públicas, tras el velo de la enorme palabra solidaridad y compromiso, diseñan para abrir un ventanuco donde una niebla persistente nos cubre hasta tal extremo que perdemos la visión de lo real.

Este fenómeno metereológico se genera gracias a que las nubes muy bajas, a nivel del suelo, desean transitar por nuestras calles y convertirse en viandantes para acariciar a la ciudad y a sus moradores. La niebla en Málaga abrazó a una Nochebuena envuelta por una Navidad con anhelos de resurgimiento; las partículas de agua muy pequeñas en suspensión le dieron un toque mágico a esta capital necesitada de fascinación, al tiempo que disminuyó la visibilidad en superficie lo que provocó un efecto de ensoñación que me produjo, por unos momentos, el habitar en una de las urbes añoradas por los poetas. Ante tal dispersión de luz, y en el fin de año que sobrellevamos, uno recurre inequívocamente al milagro; al afán de despertar en un nuevo ciclo con el empeño del sosiego como Cruz de guía. Ante este anuario que comienza con incertidumbre, debemos de pensar en lo inesperado como fuente ilusionada; lo maravilloso comienza a serlo de manera evidente cuando surge de una súbita alteración de la realidad -dice Alejo Carpentier­-; de una iluminación inhabitual que favorece las circunstancias enriquecedoras de la propia existencia.

Entre humedad y niebla se despide un año trazado con tintura apocalíptica que nos alimentó el ánimo de la perseverancia ante su maltrato emocional. Confiemos en el milagro de nuestra voluntad para despertar de una vez de esta diáspora que nos oculta. Con el son de los Verdiales, les deseo un feliz año de renacimiento.