Todos somos conquistadores del espacio-tiempo, nos adentramos oficialmente en este territorio desde el momento del nacimiento. La conquista del tiempo es más pasiva, al estar menos determinada por la voluntad del conquistador, pero el dominio del espacio es claramente uno de los mayores logros del hombre. Para que fuese posible, el individuo evolucionó formando parte útil de una realidad supraindividual: la comunidad. Nuestras sociedades son continuación de aquellas comunidades primitivas que surgieron gracias a la empatía propia de nuestra especie y prosperaron con el final del nomadismo y el desarrollo de habilidades individuales con las que cubrir necesidades del grupo. El mejor modo que tenía un individuo para sobrevivir era cuidar del grupo al que pertenecía. Y en medio de estos cuidados surgió la arquitectura.

El arquitecto Louis Kahn describía el espacio urbano, como «una habitación comunitaria por consenso», y puede que la mayor prueba de lo anterior sea paradójicamente la devaluación sufrida por los lugares de la comunidad, con la llegada del automóvil al alejarse de su condición habitacional para convertirse en un circuito rodado de paso. Esta involución, acentuada a finales de siglo XX, se viene contrarrestando con las políticas urbanas de principios del siglo XXI que vuelven a recuperar calles y plazas como habitación de todos. Mejor la estancia que el pasillo. Mejor estar que pasar.

Las consecuencias que la economía del nuevo capitalismo ha tenido sobre la arquitectura han sido irremediablemente corrosivas, al apartar a esta disciplina de las causas comunitarias que la originaron. Richard Sennett, sociólogo y profesor de la London School of Economics, decía que «somos lo que hacemos». Es tan así, que siempre se ha valorado la prosperidad de una comunidad a través del alcance de las arquitectura de sus ciudades. Los buenos edificios tienen la capacidad de crear nuevos lugares, para desde ellos continuar la conquista, campamentos base del espacio-tiempo, logros del consenso comunitario para el bien de todos. La calidad de la arquitectura muestra la calidad de una sociedad en relación directamente proporcional; las comunidades siempre han hablado a través de ella, y sus momentos más elocuentes se han atesorado como patrimonio. La arquitectura, o su ausencia, sigue definiéndonos como sociedad.