Si a nosotros nos va de mal, y todavía no ha llegado lo que más tememos, fijémonos en nuestros vecinos portugueses, ya supuestamente rescatados.

La lectura de las noticias que llegan de ese país no puede sino generar simpatía con el pueblo sufriente a la vez que angustia por lo que parece prepararnos la «canciller de hielo» para que sigamos purgando nuestros no tan viejos pecados.

A diferencia de lo que hace nuestro escurridizo y ambiguo presidente del Gobierno, su homólogo luso, más directo y valiente, no se recata de dar él mismo las malas noticias al país.

Y éstas parecen no tener fin: la última es que las indemnizaciones por despido procedente se reducirán de veinte a sólo doce días el próximo año. Esto después de haber aplicado una drástica subida de impuestos, que hará, según se calcula, que cada trabajador pierda el equivalente de una mensualidad.

El panorama no puede ser allí tampoco más desolador: una economía que ha caído este año un 3 por ciento, un desempleo que, aún todavía por debajo del nuestro, sube hasta un 16 por ciento, y una a todas luces lógica contracción del consumo en un 2 por ciento.

Pues bien, en contraste con las grandes manifestaciones de protesta que hubo el otoño y algún estallido de violencia, inhabitual en un pueblo tan sufrido por naturaleza como es el portugués, los últimos anuncios calamitosos apenas parecen haber suscitado reacción alguna en nuestros vecinos.

A la vista de todo ello, a uno se le ocurre una imagen. Es la de alguien a quien le colocan con fuerza una almohada sobre la nariz y la boca, y al principio se resiste dando patadas, pero poco a poco ésas van siendo cada vez más flojas al fallarle las fuerzas al individuo hasta que al final el cuerpo se paraliza y termina rindiéndose.

O si queremos ser menos truculentos, ahí está una reciente viñeta de El Roto que mostraba a varias personas haciendo su vida en un oscuro túnel e iba acompañada de la siguiente leyenda: «Con el paso del tiempo, la gente se acostumbró a vivir en el túnel y dejó de intentar encontrar una salida». ¿Es eso lo que pretenden?