Podría ser un día cualquiera. A una hora cualquiera. En un sitio cualquiera. Pero fue el viernes 9 de noviembre cerca de las ocho de la tarde en un bar marroquí del barrio de la Trinidad. Pasaba por allí y me acerqué a hablar con unos conocidos en la puerta. Una situación común que se convirtió en un esperpento en apenas unos segundos. De repente, llegó un furgón de la policía y todo se alteró. Sin educación, respeto y con muy malos modos, pidieron la documentación tanto a la gente con la que hablaba como a mí mismo; nos hicieron sacar lo que teníamos en los bolsillos y nos registraron como a unos delincuentes. No había razón, pero me entró pánico. Me sentí muy indignado como persona y me entró mucha rabia y, claro, muchas ganas de liarla. Lo pensé dos veces, aguanté e intenté calmarme: si la hubiera liado, seguro que hubiesen aprovechado la situación para justificar su intervención con la excusa de luchar contra la delincuencia y un rato después hubiera acabado, posiblemente, en Comisaría.

¿O es que, quizás, por pertenecer a unos colectivos desfavorecidos juzgan antes de comprobar? Con actitudes como esa se crean en el barrio situaciones de alerta innecesarias, se despiertan sentimientos racistas y desconfianza. Por supuesto, fue el único lugar en el que pidieron la documentación a quien estuviera allí: no lo hicieron en ningún otro bar o lugar del barrio.

La policía tiene que hacer su trabajo, por supuesto. Es lógico y cobra un sueldo por ello; sueldo que, recordemos, pagamos toda la ciudadanía. Pero los agentes deben hacer su trabajo con profesionalidad, educación y sin prejuicios o discriminación racial. Igual que debemos hacer todos y todas en nuestros trabajos, sobre todo cuando se forma parte de la administración pública y se trata con los ciudadanos.

Espero que aquellos señores reflexionaran después sobre la visión de las personas y que hagan una autocrítica constructiva. No pretendo más con este artículo. Mi deseo con esta humilde carta no es crear problemas ni conflictos, sino fomentar la mejora de la convivencia sana e intercultural en una sociedad democrática como en la que vivimos sin prejuicios ni estereotipos. Más aún en Málaga, lugar de cruce de caminos donde, afortunadamente, contamos una diversidad cultural inmensa.