La nueva postulación para el cargo de primer ministro de Mario Monti sin querer someterse al escrutinio de las urnas, ha confirmado que la excepcionalidad de su anterior nombramiento ya se considera tanto en Italia como en Europa una solución aceptable. Esta vez, la legitimidad de la excepción descansa no sólo en el desprestigio de la clase política y la emergencia derivada de la crisis económica, sino que también se apoya en la condición de senador vitalicio del postulante. Excusa esta última endeble, pobre y forzada.

El artificio buscado sin embargo refleja que el modelo seguido está inspirado en el mecanismo de legitimación indirecta para la elección de los miembros de la Comisión y del Consejo Europeo, salvando las distancias. Esta actitud pone de manifiesto que la erosión de la democracia en la UE continúa y que en el actual contexto de crisis la misma no sólo se circunscribe a las instituciones europeas, sino que está empezando a incidir en el nivel de los estados miembro. Así, el déficit democrático que ha caracterizado a la UE desde su nacimiento, lejos de disminuir, comienza su decantación hacia los niveles inferiores.

Tal excepción tecnocrática no es sin embargo privativa de Italia, sino que también ha existido temporalmente en Grecia. Y aunque en España no hemos tenido un gobierno de esta guisa, el modus operandi del actual inquilino de la Moncloa se caracteriza por la ausencia de explicaciones en el Parlamento -excepto las legalmente obligadas- y el abuso del decreto ley. No cabe ignorar tampoco la recomendación que ha recibido el Banco de España del gobernador del Banco Central Europeo, para que ignore la ley española si la misma supusiera un peligro para su autonomía, derivada de una insuficiente dotación de recursos financieros destinados al cumplimiento de los fines que tiene encomendados.

Las prácticas indicadas además de constituir una patente erosión formal de la democracia, trasladan al ciudadano la idea del carácter vicario y por tanto prescindible tanto de la política como del aparato político institucional vigente y abonan el terreno para la reaparición de nuevos autoritarismos o cuando menos auguran el regreso una nueva época de democracia formal, vacía de contenido, similar a la que existió en la Europa del siglo XIX. Resulta imprescindible por tanto que los ciudadanos exijamos por todos los medios y a través de todos los canales posibles un viraje hacia una radicalidad democrática que esté dirigida a recuperar la legitimidad del sistema político y la justicia del sistema económico actualmente en quiebra, para evitar así que la democracia termine siendo en la historia una excepción que sólo duró trescientos años o menos.