Hoy me he levantado Proust. Antes de enfrentarme a la lectura diaria del parte de guerra he preparado té y he mojado en la taza una magdalena. Enseguida se me ha despertado el sabor de la memoria, el aroma de los recuerdos. La infancia del invierno en el que los Reyes Magos me dejaron la colección de Guillermo Brown, un balón de reglamento, un bonito cuaderno con tapas de cuero, una caja de lápices y mis primeros pantalones largos. Esas imágenes me han hecho recordar una época en la que el ahorro era habitual y necesario. El forro de plástico con el que mi madre abrigaba con ternura la vida de los libros; el balón que tantas veces llevé a la zapatero de mi barrio para que le cosiese las costuras y pudiese volver a ponerlo en juego en el campo de fútbol de la calle; el cuaderno donde borraba lo escrito a lápiz hasta conseguir la frase exacta de mis primeras historias; los lápices que apuraba hasta convertirlos en una pava de cedro entre mis dedos y los pantalones que me duraron unos cuántos falsos de largo y algunas rodilleras. Una infancia en la que el hombre pisaba la luna, mientras yo hacía de la imaginación mi juguete preferido. La llave mágica e invisible que abría cualquier puerta. Unas veces para inventar aventuras con mis amigos, otras para adiestrar una incipiente vocación de contador de historias, y algunas para enfrentarme a los problemas y salir de ellos lo más airoso posible. De esa época, conservo mi pasión por la lectura, el perfecto estado de los libros, la fidelidad a mi viejo equipo de fútbol, la querencia a utilizar libretas de mano, la manía de llevar siempre un lápiz en el bolsillo y de guardar en un tarro lo poco que queda de los mismos, el buen trato a la ropa que me dura más de cinco modas y la costumbre de hacer una lista a final de año. He recordado estas cosas, en esta mañana en la que me he levantado Proust, antes de leer la prensa cada más delgada en hojas y en un botín tomado al pulso de la calle. Una prensa deprimida, en la que cada vez quedan menos veteranos e historias que enganchen a los lectores. Hace muchos años que la rentabilidad económica la convirtió en un mero producto y que los políticos la utilizan como el mejor amplificador de sus discursos. Igual que el de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que espera que 2013 sea un año puente entre la crisis y la recuperación económica y nos insta a trabajar con empeño, esperanza, ilusión y convencimiento.

Hace tiempo que no me creo este tipo de declaraciones políticas. De hecho, el futuro y la verdad residen en lo contrario de lo que transmiten. Por eso soy consciente de que el 2013 más que un puente seguirá siendo el mismo campo de batalla sobre el que la economía neo conservadora y la privatización de los derechos constitucionales seguirán dejando víctimas humanas, daños colaterales y más ruinas en el paisaje.

Intento, en esta mañana proustsiana, atisbar un horizonte despejado, y me resulta difícil verle al futuro una sonrisa como la que uno sueña que siempre tiene la luna. Pero tampoco pienso aceptar la derrota ni tornarme pesimista. Así que he optado por hacer un listado de instrucciones de uso del 2013.

Primero, ser leal a mi conciencia y a los valores en los que creo. Segundo, dedicarle más tiempo y afecto a la gente que quiero y que me ha demostrado lo mismo en los malos momentos. Tercero, no perderle la cara a los problemas sin dejar que ellos me consuman, en el caso de que no esté en mi esfuerzo solucionarlos. Cuarto, disfrutar más de los pequeños placeres que me enriquecen: una puesta de sol, una buena charla entre amigos y vino, un paseo a orillas del mar, la lectura de un libro que me regale preguntas, respuestas y otras miradas sobre el mundo, un beso espontáneo, una exposición de artistas creativos que no vayan de modernos o una película sin efectos especiales ni persecuciones de coches. Quinto, ayudar en lo que pueda a los que la injusticia o el dolor les provoquen heridas, humillaciones o exclusión. Sexto, seguir saliendo a la calle para luchar en alto por los principios y las cosas que merecen la pena, aunque el gobierno termine prohibiendo huelgas, manifestaciones y críticas en contra. Séptimo, salirme del vértigo del tiempo que nos empuja a correr sin sentido para llegar a ninguna parte. Octavo, no perder palabra ni ánimo con aquellos que hacen de la envidia, los celos, la soberbia o la traición una actitud social y un salvoconducto para la supervivencia. Noveno, hacerle saber a los cobardes y a los que abusan de su poder que son mezquinos y miserables, sin tener miedo a sus represalias. Décimo, buscar nuevos horizontes frente a los que soñar la esperanza. Undécimo, no permitir que el dinero sea la medida de mis logros, de mis pérdidas ni mis relaciones. Duodécimo, seguir haciendo mi trabajo lo mejor posible, sin dejar de aprender cada día ni olvidarme de mis maestros y de que tan sólo soy unos humildes zapatos en el camino que también comienzan otros.

Esta lista de instrucciones de uso para 2013, que podría tener más puntos, la comparto hoy con todos los que, cada domingo, se detienen en esta columna donde unas veces reflexiono y otras me convierto en un francotirador solitario, intentando ofrecer sinceridad, cultura, honestidad, algo de luz, mi rebeldía de viejo periodista y toda la literatura que pueda salir de mi manera de contar la realidad que nos pone a prueba a diario. Espero que estas instrucciones les sean útiles, que cada uno la complete con sus decisiones.

La magdalena también me ha recordado a Albert Camus, el escritor y periodista nacido en 1913, autor de El extranjero y del magnífico ensayo El hombre rebelde. Con una de sus frases les deseo un año valiente, en el que no deben olvidar que «puede que lo que hagamos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad». Nos vemos en la batalla.

Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.com